Capítulo 5

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Ciudad secreta de Nidaros, 9 de abril de 1912

La reunión con Yngvild y mis padres dura muy poco.

Mi madre está histérica, mi padre no deja de hacerme preguntas que no sé cómo contestar, e Yngvild sólo me toma de las manos para tratar de anclarme a la Tierra. Siento sus dedos entrelazados con los míos mientras trato de explicarle las cosas a mi padre lo mejor que puedo. Algo inútil.

—¿Cómo lograste salir ileso de la matanza, Stian? ¿Acaso... escapaste? —pregunta nervioso con la piel del rostro crispada y el bigote rubio erizado.

—¡Bogdan! —exclama mi madre indignada y escandalizada.

Sus ojos azules aun llorosos y enrojecidos.

—No te preocupes, madre —le digo para calmarla.

Le sostengo la mirada a mi padre, sus ojos azules son tan oscuros como dos zafiros en la penumbra. Sé que un hombre atento y cariñoso como él no quiere reprocharme por estar vivo. Sólo está nervioso por lo que mi presencia aquí, en circunstancias tan extrañas, significa.

—Si hubiera huido, padre, ten por seguro que jamás habrías vuelto a ver mi cara en esta casa. Preferiría morir antes de manchar de semejante manera el honor y el buen nombre de nuestra familia.

Él suspira aliviado. Tras depositar su mirada preocupada en mí, continúa hablándome:

—Entonces explícame, Stian, por favor. Ayúdame a entender todo esto, porque no sé qué pensar después de que nos enteramos de que tu misión había salido mal.

—¿Qué dijeron exactamente?

—Según los investigadores del Conservatorio, que muy pocos vampiros lograron escapar. Dijeron que lograron completar la tarea a un costo terrible. Según el reporte nadie sobrevivió y tú habías sido probablemente capturado. ¿Fue eso lo que pasó, Stian? Y... ¿Por qué...? ¿Por qué no tienen ni siquiera un rasguño encima?

Yo fijo mi mirada en mi padre con miedo y nerviosismo antes de hablar:

—De no haber sido porque recibí ayuda, yo también estaría muerto. Habría vuelto como un cadáver junto a mis compañeros. Pero sólo Dios sabe por qué, alguien llegó justo a tiempo para ayudarme y prácticamente me salvó de una muerte más que segura...

Todos los presentes hacen un gesto de agradecimiento implícito al escucharme, como si quisiera bendecir en la distancia a mi salvador:

—¿Quién, hijo? ¿Quién te salvó? Hoy mismo pediré a los demás miembros de la Orquesta que se le conceda el acceso de solidaridad por sus nobles servicios para con un mago.

Mi madre rompe en llanto nuevamente y se arroja a mis brazos. Yo no puedo más que sostenerla y envolverla con mis brazos sin dejar de ver a mi padre a los ojos.

Él espera una respuesta y yo ya no puedo evitar por mucho más tiempo lo inevitable, así que respondiendo a la pregunta que ambos me acaban de hacer, mi madre en voz alta y mi padre en silencio, vuelvo a tomar la palabra...

—Me salvó un sanguinomante. Uno que llegó después de la batalla...

De pronto el llanto comienza a callar y las exclamaciones de sorpresa toman su lugar.

La mirada de mi padre se endurece y todo rastro de entendimiento abandona su cuerpo. Mi madre levanta la cabeza de mi pecho para mirarme incrédula, aturdida. Incluso Yngvild, quien hasta ese momento se había mostrado comprensiva, me encara con absoluto pavor en la mirada. Sus ojos azules me están preguntando si estoy diciendo la verdad, si hablo en serio. Yo le asiento resignado.

Justo cuando escucho que mi padre se dispone a hablar una vez más, alguien llama a la puerta del apartamento de Yngvild. De seguro son mis hermanos, pienso, pero cuando ella se apresura a recibir a los recién llegados, se trata de tres hombres vestidos en impecables trajes negros con corbatas de seda y la insignia del compás de la armonía sobre el pecho de sus sacos.

—Lamento interrumpir, señorita Verner, pero nos enteramos de que había una situación urgente que tratar y no podíamos dejar de hacer acto de presencia.

Ella los ve sorprendida y nerviosa. A pesar de la madurez de su semblante, en este momento es muy fácil notar lo joven que es con apenas dieciocho años que lleva de esta vida.

—Con su permiso —insiste el mayor de los caballeros, un hombre asiático con voz clara y fuerte.

—S-sí... adelante —contesta ella.

—Buenas tardes —dicen al acercarse a donde estamos—. Somos de la Cámara de Seguridad, y estamos acá porque necesitamos hablar con el señor Stian Pražak. Si no es mucho pedir, nos gustaría que el señor Stian nos acompañara de inmediato. A todos los que han estado presentes en la sala se les pedirá que se dirijan cuanto antes a uno de los ambulatorios públicos para hacer una prueba de sangre que descarte su infección con el virus de la porfiria. Agradecemos su cooperación.

Yo no digo nada. Tan sólo asiento.

No había terminado de dar dos pasos cuando escuchó a mi padre hablar de nuevo:

—¿Yo también puedo ir con ustedes? —pregunta.

Cuando me encuentro con sus ojos oscuros, estos siguen tan insondables como hasta hace un instante. En ellos veo el brillo de su preocupación por mí. El líder de los caballeros asiente afirmativamente.

—Voy a avisarle también a mi padre, Stian —dice Yngvild tomando su abrigo del respaldo del sofá antes de salir corriendo en dirección al pasillo arcano—. No te preocupes, todo va a salir bien.

Yo la tomo de la mano y ella se gira para fijar sus ojos en mí con extrañeza.

—Gracias...

—Para eso estamos los amigos, ¿no? —se acerca y me da un beso en la mejilla.

Esta vez la dejo ir.

—Muchas gracias por acompañarnos, señor Stian —me dicen los caballeros de la Cámara de Seguridad

—Cuando gusten podemos partir —contesto.

Estos me dan la espalda para comenzar a caminar en dirección a lo que, estoy seguro, será uno de los momentos más desagradables de mi vida.




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