Capítulo 37

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Ciudad secreta de Nidaros, 3 de abril de 1922

Y lo que más temía sucedió.

Hoy, cinco años después de nuestro último encuentro, cuando faltan solo tres días para conmemorar la fecha de la tregua, recibo una carta de Eremia.

Desde que el año inicio había temido que esto pasara. Al final mis miedos se convirtieron en realidad. Cuando decidí no continuar más con nuestra correspondencia, Eremia me acompañó con su silencio; creí que los dos habíamos visto a tiempo el error que estábamos cometiendo...

Sin embargo, aquí está en mis manos la última de sus cartas.

En cinco años había logrado escapar del fantasma de Eremia Dalka. No había sido fácil, pero lo había logrado, y por fin me sentía libre de aquel error tan oscuro en mi pasado.

—¿En verdad no piensas abrirla? —me pregunta Yngvild.

Está sentada frente a mí, meciéndose, en un cómodo y amplio sillón de gamuza.

—No me atrevo –niego con la cabeza antes de entregársela.

Ella acomoda su bebé sobre su hombro izquierdo sin dejar de mecerlo mientras toma el sobre con su mano libre. Con soltura abre el sobre y revisa la carta...

—No dice gran cosa; que te espera el día de la conmemoración —dice.

Sus ojos se fijan en mí con extrañeza.

—Está hablando del día en el que me salvó la vida...

—Es decir el día de la masacre de tu brigada —apunta ella con objetividad, aunque en su voz noto una pizca de reproche—. Eso es en tres días.

—El seis de abril, sí.

—¿Y qué piensas hacer? ¿Vas a ir? —pregunta ella poniéndose de pie para calmar al bebé, que ha comenzado a quejarse entre sus brazos por la falta de movimiento.

Hace solo cinco meses que Yngvild dio a luz, pero se ve tan revitalizada y fuerte que no parece que la maternidad le hubiera afectado en lo más mínimo. El niño tiene sus profundos ojos azules y el cabello negro y rizado de su papá.

Con su hijo entre sus brazos Yngvild se ve más enérgica que nunca a pesar de las ligeras sombras bajo sus ojos. Se le ve llena de vida y alegría... y me hace muy feliz. Es lo único que me ha quedado desde que Eremia y yo no estamos juntos. En estos años Yngvild y yo nos hemos vuelto más familia que nunca... y su bebé, más que un sobrino, es como un hijo para mí.

—No lo sé todavía —contesto, pero no me cree.

Me conoce a la perfección.

—¡Sí vas a ir! —exclama incrédula—. ¡Bendito Dios, Stian Pražak! Qué el hombre es un vampiro —dice ofuscada y me tengo que poner de pie para pedirle que baje la voz.

Aunque estamos en su nueva casa, en la que ella es la señora, me pone nervioso que hable del tema con tanta soltura.

—Yngvild, por favor, no hables tan alto que alguien podría escucharte...

Tras verla calmarse un poco, continúo:

—¿Acaso tú crees que yo no sé eso? ¿Acaso crees que no he tratado de grabarme eso con fuego en la mente para evitar pensar en Eremia? Pero la verdad es que ha sido inútil, ¿de acuerdo? —confieso por primera vez en cinco años—. Simplemente no sé qué decirte Yngvild, yo... ¡tú eres la única persona con la que puedo hablar de esto, así que por favor no me juzgues, que ya suficiente tengo conmigo mismo!

Estoy más molesto conmigo que con ella, pero, aun así, el arrebato me brota por los poros. De un momento a otro, siento el aire a mí alrededor más dulce y ligero; cuando me giro para ver a Yngvild, sus ojos brillan con un bonito tono naranja lleno de paz. Conscientemente dejo que su armonía me envuelva y que la ira pase...

—Discúlpame, no era mi intención alterarme de esa manera —digo, pero ella niega con la cabeza.

—Discúlpame tú a mí... No quise decir las cosas de la forma en que sonaron, pero es que, Stian, todo esto es muy complicado. Tienes que entender que me preocupo por tu bienestar tanto como tu felicidad...

—Supongo que está en mi destino el ser infeliz —le digo melancólico a pesar de mi sonrisa.

—Vamos, no seas tan dramático —contesta ella sonriendo con optimismo—. Toma, carga a Vitorino un rato. Ya verás como eso te ayuda a relajarte.

—No, Yngvild yo...

—¡Anda, anda! Carga al bebé, toma —y con mucho cuidado, pone a Vitorino entre mis brazos.

Es tan diminuto y su piel blanca se ve tan frágil que me da miedo moverme y que se vaya a romper. Entre sueños, Vitorino sonríe con su boquita desdentada y el gesto me hace reír a mí también como un tonto. Yngvild me ve a los ojos y posa su mano sobre una de mis mejillas para acariciarla.

—Deberías ir a verlo, Stian —dice Yngvild con voz cariñosa—. Se lo debes... ambos se lo deben el uno al otro.

Yo suspiro. Quizás sólo está dejándose llevar por su instinto maternal también conmigo. Sea como sea, la escucho y reflexiono sobre ello.

—¿Es ese tu consejo como maga que está a punto de formar parte de la Orquesta de Magos? —le pregunto con ironía juguetona.

Ella me sigue sosteniendo la mirada con seriedad sin caer en mi juego.

—No, te lo digo como una amiga que te ama y que se preocupa por ti. No puedes renunciar tampoco a tu felicidad.

Yo le sonrío y ella me da un beso en la mejilla antes de separarse de mí.

—Gracias, Yngvild.

—No hay nada que agradecer —me dice mientras comienza a preparar un té—. En cambio, no te vayas a olvidar que el seis de abril es también el acto de mi ingreso a la Orquesta...

Y sabiendo lo que va a decir, la interrumpo antes de que termine de hablar.

—Allí estaré contigo. Pase lo que pase, allí estaré...




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