Capítulo 58

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Hotel de Eremia, 3 de abril de 1927

—¿Estás bien? —le pregunto a Eremia mientras los dos seguimos abrazados sobre el sillón de su despacho.

Estoy acariciando su cabeza; él me besa de vez en cuando en el cuello. Todavía llevo los pantalones abajo, pero no siento frío gracias al calor de la chimenea que nos calienta. Él asiente cuando mi pregunta va acompañada de un beso sobre su frente.

—Ahora que te tengo entre mis brazos sano y salvo, sí. Estoy bien.

—Te di mi palabra de que vendría, ¿no? —digo yo respirando el aroma de su cuero cabelludo.

Creo que tiene el cabello un poco más largo que la última vez que nos vimos, y creo que ese es el mayor cambio que he visto en él a lo largo de estos quince años. Al notarlo, no puedo evitar recordar lo que no quiero recordar, este tema que da vueltas en mi cabeza, y mi corazón termina acelerándose un poco.

—¿Estás nervioso? —me pregunta él al notar la agitación de mi pulso.

De inmediato se separa un poco para posar sus ojos negros en mí. Yo lo tomo por las mejillas sintiendo su barba entre mis dedos antes de negar con la cabeza y posar mis labios sobre los suyos.

—¿Cómo podría estar nervioso si estoy aquí contigo?

Mi voz es seria, pero en mis ojos estoy seguro que puede ver mi felicidad.

—¿Cómo podría sentir otra cosa que no fuera regocijo si me tienes entre tus brazos?

Él me vuelve a besar con mucha pasión y yo me dejo llevar. Como puedo me escabullo por debajo de su cuerpo hasta quedar sentado sobre él, haciendo que se ría con honestidad y soltura. Una risa sin una pizca de melancolía que nunca antes le había escuchado o visto.

—Te amo, Stian Pražak —dice en medio de un jadeo profundo del que yo soy cómplice, y cuando escucho aquello no tengo nada que pensar, nada que refutar, nada que argumentar...

—Yo también te amo, Eremia Dalka...

Y no es lo mismo leerlo o decirlo en una carta que escucharlo de sus labios mientras sus manos recorren mi cuerpo y en ese momento su ropa me estorba y me desespera.

Como puedo y con su ayuda lo desvisto de la cintura para arriba antes de que me tome en sus brazos para lanzarme al suelo sobre la alfombra de piel. Veo el deseo en sus ojos, y lo siento restregándose contra el mío propio entre mis piernas. Él me mira como pidiéndome permiso para tomar lo que ya es suyo... yo sólo puedo jadear y asentir para luego dejarme embargar por sus sentimientos cálidos y arrolladores.

Me duele, pero no me importa, porque es un dolor placentero que ya extrañaba. Yo me aferro a su espalda y levanto mis piernas para aferrarme a él como si de ello dependiera mi vida. Nos besamos, y lo siento acariciarme como nadie más que él podría hacerlo, tanto por dentro como por fuera hasta que el placer es desesperante.

—No te detengas, por favor —jadeo entre sus labios mientras él solo busca complacerme.

Necesito respirar pero él no le da tregua a mi cuerpo atendiendo a mis demandas, hasta que, de pronto, siento como si mi alma abandonara mi cuerpo y mi mente se perdiera en un océano infinito de placer húmedo y cálido que brota de cada poro de mi cuerpo y se adhiere como el vapor a la piel de Eremia, y eso causa que su océano también se derrame dentro de mí y sin más para sostenerse, pues todo ha sido dicho y hecho ya, deja caer el peso de su cuerpo sobre el mío.

—No te vayas de mi lado...

Dice, y seguido limpia el sudor de mi cara antes de besarme de manera casi fugaz, como si se tratara de un niño apenado.

Labios de sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora