Capítulo 41

204 43 5
                                    

Sueño con Eremia, con sus ojos negros manchados de rojo, de un rojo escarlata y brillante. Pero este no es él Eremia que yo conozco. Éste es uno sádico y maligno, uno que me persigue con su cuerpo desnudo bañado en sangre a la vez que hace movimientos obscenos con los que pretende seducirme, pero yo sólo puedo sentir asco, y eso lo molesta.

Está tan molesto que grita, no, ruge; eso hace, ruge enfurecido mientras se trasforma en una criatura deforme, en un oso salido del averno con colmillos afilados y amarillos, ojos inyectados en sangre, y genitales hinchados y grotescos entre sus piernas.

Y aunque siento miedo... Hay una parte de mí que quiere dejar que la bestia me alcance y me devore. La Armonía en mi interior quiere luchar, y no, no es la armonía, no... es la Armonía. Pero aunque resuena en mi interior, cuando logro verme a mí mismo veo que se ha roto, que ya no está en mi cuerpo, y que yo tampoco lo estoy.

Soy una cosa, un alma rota, no, peor aún... soy un errante, y vago por ahí cargando a cuestas el castigo por mi desobediencia, por haber sentido el deseo, el anhelo... la duda. Y entonces, los ojos rojos de la bestia, aquella criatura que creí ver en Eremia Dalka, no son más que el reflejo de mis propios ojos en un pozo cuya agua está al borde pero cuyo fondo parece no tener fin.

Y quiero ahogarme.

Soy un espejo deformado entre las ondas que causa el temblor de los pasos de miles como yo, y mi reflejo, asqueado, cobra vida e intenta ahorcarme con mis propias manos húmedas, sucias, sin uñas...

No puedo luchar contra mí mismo.

No puedo, no quiero, me rindo.

Y ahora que estoy a punto de desvanecerme, alguien coloca sus manos sobre la piel muerta que me cubre, que esconde todo el mal de mi interior y todo lo que está errado en mi espíritu, y cuando veo, el tacto de sus manos lo destierra todo, y ahí donde está el vacío y el dolor nace la llama, esta quema a toda la oscuridad en un fuego brillante y abrasador.

Cuando me giro, me encuentro a Eremia frente a mí. Está sonriéndome, y sus ojos... son dorados, como alguna vez lo fueron los míos. Él toma una de mis manos y la lleva hasta su rostro para que yo pueda acariciarlo, y así lo hago.

Siento su barba contra mis dedos, y cómo eso desata cosquillas en todo mi cuerpo, mientras que Eremia se aferra a mis manos con fuerza y las besa con piedad y ternura antes de abrazarme otra vez.

Y justo cuando nuestros cuerpos comienzan a fundirse en uno solo, yo regreso lentamente a la consciencia, y al dolor que eso significa...




¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Labios de sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora