Capítulo 34

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Catacumbas de París, 20 de agosto de 1917

Estoy cubierto de sangre, barro y excrementos. El olor a vísceras podridas y alcantarillas es agobiante, pero los gritos, el llanto, y los lamentos a mi alrededor, lo hacen todo mucho peor. Aprieto mis ojos con fuerza en un intento por hacer que las imágenes desparezcan de mi mente, pero es inútil.

No, no es inútil... En realidad, es peor, porque en la oscuridad de mis párpados puedo rememorar a la perfección el fulgor rojo en las miradas desquiciadas de los sanguinomantes a los que acabamos de cazar.

La cabeza me palpita y los ojos me arden, pero no puedo llorar. No me puedo quebrar. No ahora. No todavía. Debo ser fuerte y esperar a regresar a mi casa. A la soledad de mi intimidad.

Eremia... Eremia... Eremia...

Sólo puedo pensar en él y en sus profundos ojos de obsidiana convertidos en perlas sangrientas.

No. No quiero pensar en eso, pero me es imposible ahuyentar el pensamiento. Por alguna razón que odio con todas mis fuerzas, el miedo a estar a solas con él regresa, como en la noche que nos conocimos.

Alguien se aferra con fuerza a mi hombro y doy un respingo en guardia. Mis ojos brillan dorados y listos para defenderme de ser necesario.

—Tranquilo —me dice el mago mientras levanta un poco los brazos en señal de rendición.

Lleva el rostro manchado de sangre igual que yo, pero a diferencia de mí, él sonríe. Sus ojos han vuelto a ser marrones.

—Soy yo, tranquilo. Quería decirte que estoy orgulloso de ti, y del buen trabajo que has hecho hoy...

No sé qué contestar. No lo hago.

—Mira a tu alrededor, Stian —continúa Rêvereaux al ver que no le contesto—. Todas estas personas... ¡Niños, mujeres, ancianos! ¡Todos y todas están a salvo gracias a nosotros! Gracias a ti y a los magos que, como tú y como yo, luchan por borrar la escoria de la faz de esta Tierra. Puedes verlo, ¿no es así, Stian? Estas criaturas —con su pie remueve el cuerpo de un sanguinomante sin vida—, quizás se parezcan a nosotros, pero la verdad es que no son más que despojos de lo que alguna vez fue un humano... Nosotros estamos aquí para traer paz a este mundo, pero mientras este tipo de alimañas caminen por el globo, la felicidad y la paz que buscamos siempre se verá amenazada.

Murmuro algo antes de dejarlo hablando solo. En lo único que puedo pensar es en salir de esas catacumbas asfixiantes y en Eremia...

Necesito escribirle a Eremia...

Necesito que me ayude a calmar mi necesidad de respuestas.

-

«Mi amado Eremia,

Así como una vez desnudé mi cuerpo ante ti para dejarte poseer mi orgullo, hoy te escribo estas líneas desnudando por completo mi alma en un intento de aplacar los demonios que ahora mismo habitan en mi interior devorando mis ilusiones. Antes de preguntar, me parece justo primero confesarme ante ti...

El día de hoy he matado. En consecuencia, tengo mis manos manchadas de sangre. Tal vez te estarás preguntando qué relevancia tiene eso contigo, y la verdad es que mucha. La sangre que he derramado pertenece a esas personas que comparten tu estirpe y tu esencia, pero lo que realmente creo que encontrarás detestable es el hecho de que no siento remordimiento por lo que hice.

Hoy después de muchos años, mi trabajo me ha vuelto a poner cara a cara con criaturas semejantes a ti en esencia, pero no en carácter. Estos sanguinomantes eran bestias salvajes, despiadadas y sádicas, que secuestraban personas para arrastrarlas a una fosa subterránea. En aquel lugar las mutilaban y torturaban, disfrutaban con el sufrimiento y la agonía de los desgraciados que tenían la desdicha de caer en sus garras.

Dime, por favor, amado mío, que semejante oscuridad no habita en ti, porque no sabría que pensar de mí si me dices lo contrario.

Nunca en mi vida he sentido un miedo semejante, Eremia, y siento que el corazón me duele tanto que me impide respirara con propiedad. Pero no quiero sacar conclusiones antes de tiempo. No quiero dejar que mi cuerpo y mi corazón sucumban ante los espectros que deambulan en mi cabeza en este momento, y de los cuales no soy capaz de deshacerme.

Estoy perdido. Sin tu ayuda, temo nunca ser capaz de regresar a casa.

Necesito saber quién eres, de qué te alimentas, qué se oculta detrás de las cosas que no me dices y que desconozco de ti. Siempre has sido extremadamente reservado, y temo que sea por las razones que ahora mismo no puedo evitar sospechar...

Me despido dejándote mi corazón en tus manos, Eremia.

Con amor, Stian».




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