Capítulo 8

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Ciudad secreta de Nidaros, 28 de mayo de 1912

La primavera es la época del año favorita de Yngvild, y como aún debo guardar reposo y presentarme periódicamente con la Cámara Médica, aprovecho el tiempo libre forzado para compartir con ella en el jardín de la casa de mis padres. Veo que las flores ya han roto sus capullos, adornando el lugar con sus delicados pétalos de colores.

Estamos cerca de la casa porque, aunque el lago es el lugar más bonito del jardín en primavera, ahora está siendo preparado para la boda de mi hermana con su novia. Mi madre no quiere que nadie se acerque al lugar. Se podría decir que estamos bajo amenaza de muerte.

—Aun no puedo creer que Yvette vaya a casarse —me dice Yngvild mientras juega distraídamente con uno de los mechones de mi cabello entre sus dedos.

Los dos estamos sentados sobre una manta mientras el hielo en los vasos de limonada se derrite perezosamente, empañando el vidrio; mojando la manta.

—Yo todavía estoy sorprendido de que alguien pudiera enamorarse de ella lo suficiente como para soportarla —comento con los ojos cerrados.

A Yngvild no le hace gracia y me gano un tirón de cabello

Auch...

Cuando abro los ojos, veo que hay reproche en su bella mirada de ojos azules.

—Sabes que no lo digo en serio —añado con una sonrisa sutil en los labios.

Ella no me sonríe de vuelta. Y como siempre que eso pasa, me preocupo y me anticipo...

—¿Qué pasa? —pregunto.

Ella niega con la cabeza de reflejo y me aparta la mirada. Es más alta que yo, pero como estamos sentados en el suelo, por más que intente escapar a mis ojos nuestras miradas terminan por encontrarse de nuevo.

—Yngvild... qué sucede.

Ella intenta contener el suspiro.

—Es sólo que estoy preocupada por ti, Stian, y... —parece muy apenada—, sin querer escuché a tu mamá hablando con la mía acerca de la boda. Estaba preocupada porque Yvette no quiere que estés presente durante la ceremonia de enlace. Y ahora te escucho diciendo estas cosas, y yo...

—Y yo entiendo perfectamente a mi hermana, Yngvild —la interrumpo; ella se queda mirándome con fijeza como lo hace siempre que se debate entre si usar su sintonía para leerme la mente o no—: Ya yo lo sabía, no te preocupes.

—¿Lo sabías?

—Sí —admito asintiendo mientras tomo un trago de limonada para refrescarme—. Ya Kristian me lo había dicho durante la cuarentena. Ya sabes... por todo eso de ser el hermano mayor.

—Pues... a mí no me parece justo lo que está haciendo Yvette —contesta—. Es tu hermana. ¿Cómo puede pedir semejante cosa de ti? —veo que está verdaderamente dolida con la situación—. Y poner a tus padres en esta situación... ¡Es una egoísta!

—Es Yvette —me burlo, y sin más demora, me vuelvo a acostar sobre sus piernas—. Es la misma chica que hacía magia para hacer trampas cuando jugábamos a las escondidas, ¿recuerdas?

Ella hace un gesto de reprobación soltando mucho aire de un golpe.

—Y yo ni siquiera he recuperado mis capacidades muy bien qué digamos, así que eso le da la razón a ella de alguna manera. Si no puedo activar mi armonía apropiadamente no podré conectarme con todos para dar mi bendición, y eso no sería justo para ellas...

—Pero eso no es tú culpa —me interrumpe, tomando ahora otro mechón de cabello distraídamente.

—Y tampoco de ellas —continúo yo; ella suspira— Vamos, no tienes que ponerte así —le digo apretándole la nariz—. Si te hace sentir mejor, cuando nos casemos tú y yo no las invitamos tampoco, y así estamos a mano... ¿Qué dices? —le digo bromeando.

Desde que tenemos cinco años hemos jugado a que cuando creciéramos nos casaríamos, hasta que... crecimos, y de alguna manear, el juego comenzó a parecernos tonto.

—Digo que estás tratando de cambiarme el tema de conversación —contesta.

—¿Y está funcionando?

Ella me golpea la frente de forma juguetona.

Nunca me he enamorado de nadie. Nunca me ha gustado una mujer o un hombre de tal manera que pudiera considerarme atraído, y quizás por eso siempre he sentido que si alguna vez me llegara a casar, pues... quizás si lo hiciera con Yngvild, podría llegar a ser feliz.

Porque aunque no sienta por ella esa atracción visceral que se supone que se debe sentir cuando decides pasar el resto de tu vida con alguien, sé que lo que siento por ella es amor, y no hablo del amor de pareja, pero sí de un tipo de amor que va más allá de lo que significa el cuerpo para el ser humano, y para mí, eso es suficiente por ahora.

—Eres muy pelirrojo para mi gusto —me contesta—. Pero supongo que podría hacerte el favor para que no termines como un viejo amargado.

—Me vale. Puedo vivir con eso —me burlo; ella termina por volcar el contenido de la jarra de agua con hielo sobre mi cara antes de levantarse de golpe para que yo no pueda desquitarme—. Date por muerta, Yngvild Verner.

Es bueno poder contar con mi mejor amiga en la vida en estos momentos, porque con todo lo que ha estado pasando, siento que es la única persona en la que puedo confiar de verdad. Incluso más que en mis propios padres. Y quizás por eso me hace sentir mal el no contarle todo aún...

Ella tampoco busca tocar el tema de manera directa, así que supongo que aun es muy temprano. Tiene miedo, lo sé, y no puedo decir que la culpo. Yo también tengo miedo, y aunque los días han pasado, sigo sin recibir respuesta alguna por parte de Eremia Dalka.




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