Prólogo

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Es una noche negra.

El bosque está particularmente oscuro.

Acabo de llegar al punto de encuentro, pero Michał no me recibe. En cambio, lo hace una escena grotesca.

Doy un par de pasos hasta que finalmente encuentro su cadáver. Está cubierto de sangre y le falta un brazo. Debe haber sufrido.

Entre los restos de sus hombres también aparecen los cadáveres de los cazadores. Por sus trajes se ve que son hombres del Conservatorio. Debieron haber descubierto sus operaciones, lo que me supone un revés muy grande en lo particular. Ahora tendré que encontrar un nuevo proveedor, lo que me hará rudas las próximas semanas...

Por respeto camino hasta donde está y me agacho para cerrarle los ojos. Hago lo mismo con sus hombres. Es lo último que puedo hacer al hallarlo en circunstancias tan lamentables.

Justo cuando estoy listo para marcharme escucho otra vez el mismo gruñido de dolor. Volteo, de pronto el jadeo se corta abruptamente y se reemplaza por una respiración bastante agitada que intenta contenerse. El chico cree que voy a matarlo, pero no es así. Apenas puse un pie en la escena sentí cómo su corazón latía entre tanta sangre y vísceras desperdigadas. Seguro piensa que soy como los que vino a cazar...

Me acerco a él observándolo directo a los ojos. De pronto ya no intenta esconderse. Su mirada pasa del pavor a la ira.

No está en condiciones de luchar. Aunque no puedo sentir su armonía, sé que está totalmente incapacitado de usarla. Está indefenso ante mi presencia. No puede hacer nada y lo sabe bien, cosa que lo hace odiarme aún más.

Mis botas están a un lado de su rostro maltratado. Con mucho dolor intenta alejarse de mí, hacer espacio entre los dos. Su ropa está rasgada. Una de sus piernas está fracturada, el hueso le sobresale de la piel, desgarrándola con sus astillas afiladas. Una costilla le perforó un pulmón, por lo que no deja de vomitar sangre con desespero. Sobre su ojo izquierdo hay una gran herida que le obliga a mantenerlo cerrado. Tiene sólo su ojo derecho para estar atento a mis movimientos.

—Mátame —dice.

No debe tener más de veinte años.

—¡Qué me mates! —grita esta vez.

Sigue con ganas de luchar contra mí pero no puede. Quizás por eso quiere morir. Le teme más a mi piedad que a mi falta de misericordia.

Yo, al verlo en ese estado, siento solo dos cosas por él: lástima y contradicción.

En realidad quiero salvarle la vida sólo para hacerme dueño de su rabia. Después de todo, si no hubiera sido por Michał la vida se me habría hecho más complicada por un largo período de tiempo.

Sin ninguna compasión coloco mis manos con fuerza sobre su pierna lastimada. Intento inmovilizar el área.

—¡Q-qué... qué... qué haces! —exclama, luego grita de dolor.

Acabo de empujarle el hueso salido hasta su posición original. De sus ojos brotan sendas lágrimas. Le sujeto la cara con fuerza y lo hago verme; quiero que vea la cara de su salvador. La ira de sus ojos aumenta. Me siento satisfecho.

Le sonrío para que le quede claro que no pienso dejarlo morir, que mi forma de venganza será la misericordia y que no me importa lo que él tenga que decir al respecto. Él gruñe con ira, intentando liberar sus mejillas del agarre de mis dedos.

Aun así, su mirada luce sutilmente confundida. Le sorprende lo que acabo de hacer, incluso aunque le cause más rabia.

Todavía sonriéndole mis ojos comienzan a colorearse rojos por el efecto de mi magia. Estoy sintetizando la fórmula necesaria para arreglar sus pulmones.

—¿Cómo te llamas? —le pregunto.

Él no responde. En cambio, me escupe un coágulo de sangre espesa al rostro.

Es un imbécil si cree que su gesto logra enfurecerme. Es un primerizo, un novato. En vez de molestarme el calor de su escupitajo corriéndome la nariz y los labios no hace más que excitarme, que prensarme la mandíbula y alterar mi concentración en la preparación de la fórmula.

¿Será que... fue esa su intención? Mmm, quizás lo estoy menospreciando demasiado.

Lo primero que hago es aguantar la respiración y controlar mis instintos, luego saco un pañuelo blanco de uno de mis bolsillos y me limpio. Qué golpe tan bajo provocar así a alguien como yo. Especialmente cuando, a diferencia de esos que son como Michał y sus hombres, yo tengo la clase suficiente como para ocultar muy bien mi naturaleza

Casi hace que me den ganas de matarlo por su insolencia, pero no voy a darle gusto. Mi orgullo vale mucho más que su odio hacia mi estilo de vida. Vuelvo a sujetarle el rostro. Esta vez le aprieto las mejillas con fuerza para que no pueda volver a escupirme.

—¿Cómo te llamas? —le pregunto de nuevo, marcando énfasis en mis ganas de obtener una respuesta.

Pero no puede decir nada. Sus emociones, intensas y sumamente violentas, están a punto de hacerle entrar en shock. Además de sentirlo puedo verlo en la manera errática en la que su pecho se infla y se desinfla. Si llega a darle el paro no podré mantenerlo con vida.

—Como quieras —digo.

No hay tiempo.

Tomo parte de la sangre que había en sus labios con uno de mis dedos y me la llevo a la boca. Su sabor es embriagador, fuerte, vivo. Sabe a metal y a sal, pero también a tabaco, a cerveza, a vino y a baile.

Muerdo la cara interna de mi muñeca y la desgarro con mis dientes. En mis labios mezclo su sangre con la mía. Después tomo su cabeza y uno nuestras bocas con toda la rabia que sentimos el uno por el otro.

Me entretengo así por varios minutos, manteniéndolo prisionero de un beso prohibido. Entretanto me deleito con el sufrimiento de su mirada; una que me muestra con claridad que no se esperaba lo que acabo de hacerle... no lo digo, pero lo pienso:

Esta es mi venganza, cazador.

Ahora tendrás que cargar por siempre con la misericordia que te salvó la vida y que te fue otorgada por un vampiro.

Labios de sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora