Capítulo 21

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Hotel de Eremia Dalka, 7 de abril de 1917

Su cuerpo se estrecha contra el mío y su aliento me hace cosquillas en la nuca cuando habla.

—¿Cómo te sientes?

Su voz ronca, espesa y profunda, vibra sobre mi piel. La sensación de su barba contra mi hombro me estremece. Me encojo mientras Eremia me abraza y me acomodo entre sus brazos. La luz del sol baña la estancia por completo. El aire fresco de la primavera flota en el aire.

Su piel no es precisamente tibia, pero tampoco es mortalmente fría. Parece más un limbo insondable, armonizado por el silencio de su cuerpo, que resulta intimidante de alguna manera. Tan cerca de él como estoy, me llama la atención la ausencia del palpitar de su corazón en el pecho...

—¿No deberías estar durmiendo? —le pregunto mientras entrelazo mis dedos con los suyos y me volteo para quedar frente a él, cosa que él aprovecha para besarme la frente.

—Ya volveré a dormir cuando te marches —me dice antes de acariciarme la mejilla. Lo hace con calma, pero con añoranza, y vuelve a hablar—: La última vez no tenías barba...

Yo me dejo hacer a pesar de la melancolía que percibo en su voz.

—Bajo el sol se ve aún más roja.

—Tus ojos son preciosos —le digo—. También se acentúan con la claridad...

Eremia me observa por unos segundos, antes de decir algo que sé que le va a costar: lo puedo anticipar.

—Deberíamos hablar —dice.

Lo único que sale de mi boca como respuesta es su nombre, casi en un gemido mañanero...

Es la primera vez que lo llamo por su nombre así, a secas y sin formalidades. Se siente correcto y natural, incluso aunque estemos los dos desnudos sobre la cama. Él suspira.

—Todavía no sé cómo decirlo, pero creo que ya lo sabes tanto como yo, Stian... Sabes que no será fácil.

Sus palabras vienen acompañadas de un beso en el dorso de mi mano y otro en mis labios. Yo me encojo contra su pecho y me dejo atrapar por su perfume.

—Lo sé —asiento sin dejar de acariciarlo.

En sus ojos veo honestidad y deseo, pero también veo angustia y duda.

—Si ya para el mundo es malo que tú y yo estemos así, como estamos ahora...

Lo interrumpo con un gesto. Ahora es mi turno de colocar mis manos sobre sus mejillas.

—Esto... Ahora. Quiero que sepas que no me arrepiento. Jamás podría arrepentirme de sentirme como me estoy sintiendo ahora: pleno, lleno, feliz...

—Pero eso no borra el hecho de que ambos somos hombres a los ojos del mundo real —dice; yo me detengo un momento y lo beso con desespero tratando de aminorar las palabras en su boca—. Y a los ojos de nuestro mundo —continúa—, el que nadie más sabe que existe, somos un vampiro y un mago... Vástagos de sociedades en guerra, y eso es aún mucho peor, mi querido Stian... Porque las reglas del juego en el mundo real no aplican para nosotros, y eso tú lo sabes bien. Para nosotros, todo es mucho más intenso, más peligroso, más real. ¿Entiendes lo que quiero decir? Temo por tu vida, y tengo miedo de lo que pueda pasarte si alguien se entera de esto...

Eremia se sienta sobre el colchón, dándome por primera vez la espalda. Yo rápidamente le sigo el gesto y me siento a su lado, y envuelvo mis manos en las suyas para que sepa que no está solo.

—Llevo luchando contra la hemofobia por más tiempo del que puedo recordar ya, Stian. Créeme cuando te digo que soy capaz de cuidar de mí mismo. Pero tú... Eres tú quien me preocupa —dice con finalmente—. Temo por tu bienestar y por tu vida, porque por más que trates de convencerme de lo contrario, yo no puedo confiar en el Conservatorio de Magos. Quizás tú creas que estás del lado de los buenos, pero créeme cuando te digo que yo tampoco estoy del lado de los malos... Y sé que nuestros colegas, nuestros paisanos, nuestros camaradas, nuestros hermanos de vidas secretas no sabrán entender lo que pasa aquí, entre tú yo, porque a sus ojos, tú y yo siempre seremos seres diferentes el uno del otro, y peor aún, diferentes a ellos... Porque sé lo que digo es que lamentaría muchísimo que te convirtieras en una víctima más de una guerra que ya nadie puede recordar por qué o cuándo comenzó.

Por como habla, sé que Eremia piensa que soy un niño. Pero no tiene nada de qué preocuparse, porque entiendo muy bien cada una de sus palabras. Sé que lo que dice es cierto, y que si queremos continuar así y sobrevivir, deberemos trabajar juntos.

—¿Qué sugieres? —pregunto sonriente para hacerle saber que, aún así, no me da miedo.

Él me abraza y el silencio de su cuerpo me reconforta mientras me dejo caer otra vez en el colchón sobre su pecho. Sus dedos gruesos acarician mi cabello.

—Por ahora lo mejor será que continuemos intercambiando correspondencia... Mientras no intercepten mis cartas, no habrá forma de que sepan nada.

—Hay algo sobre eso que me causa curiosidad. ¿Cómo has hecho todo este tiempo para hacer que tus cartas lleguen tan rápido? Siempre me lo pregunté, pero por más que averigüé, no encontré explicación posible.

Eremia sonríe con picardía.

—¿Qué? ¿De verdad te crees eso de que en el Conservatorio están resguardados todos los secretos de la magia? Si te portas bien, quizás algún día te explique cómo...

Ambos reímos y luchamos para acompañar el juego entre palabras, mientras intento convencerlo de que me diga de inmediato.

—Como decía —continua tras calmarnos—, podemos seguir hablando, pero ya no me envíes más cartas por el servicio postal. Es mejor que crean que mi falta de interés por responderte en los últimos años terminó por acabar tu interés en saber más de mí, y esa es la fachada que debemos mantener...

No puedo evitar pensar... ¿Será por esto que más nunca respondió? ¿Para mantenerme a salvo?

—A partir de ahora recibirás y entregarás las cartas al mismo hombre que te entregó la última. Es mi hombre de confianza, por lo que puedes estar tranquilo con él. Si alguna vez sientes que hay algo raro, pregúntale por los lirios de Valentina. Si responde: "Mis favoritos son los del Salón Dorado", entonces no tienes por qué preocuparte.

—¿Y cuándo podremos volvernos a ver? —pregunto levantando mi rostro para verlo a los ojos antes de que me de su respuesta.

En su mirada no encuentro duda.

—Una vez al año, en la fecha de nuestro primer encuentro. Así conmemoraremos la tregua mutua que nació aquella noche en que nos conocimos, querido Stian, y mantendremos alejadas las sospechas de nuestros enemigos, que en esta triste ocasión, son nada más y nada menos que nuestros hermanos de vida secreta y nuestras propias familias. Esta es una guerra que trasciende a nuestras sociedades, porque la guerra que libramos tú yo es contra la guerra misma.

Sus palabras suenan tan solemnes y majestuosas que no puedo evitar llorar y sentirme lleno de orgullo, de pasión, de ganas de luchar por nuestra felicidad. De inmediato me acomodo y lo beso con ganas, con fuego en el estómago, con adrenalina en la sangre...

—Una vez al año —repito con pesar tras mi arrebato.

Él se inclina y me besa con ternura.

—Es eso o una batalla contra todos, Stian... Una por ti y por nosotros y por nuestro derecho a la paz, así que dime, ¿no te parece mejor que llevemos nuestra unión de esta manera, y no en el martirio de la paranoia y de la rabia? Porque te advierto que en la guerra soy despiadado, y que no permitiré que me arrebaten lo que quiero...

Eremia me mira con lujuria mientras me hundo en la cama. Cuando vuelve a besarme, nuestros cuerpos responden a la urgencia de nuestra piel, y en ese instante, todo lo que no sea placer desaparece del mundo.




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