Capítulo 45

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Antesala de Praga, 6 de abril de 1922

La música de los violines reverbera por todo el lugar mientras las copas de champaña van y vienen. Puedo ver a Yngvild acompañada de Antônio, su marido quien lleva a Vitorino en brazos mientras ella habla de manera cordial con las personas que se acercan para felicitarla por su logro. Luce con orgullo su insignia de la Orquesta. Se nota cómoda lidiando con toda la atención.

—Es hermosa, ¿cierto? —alguien me pregunta.

Cuando me giro para ver de quién se trata me encuentro de frente con la mirada afable de mi padre.

Va impecable como siempre. A pesar de su edad siempre logra verse imponente. Lleva un frac negro con un lazo dorado al cuello, y su insignia de la Orquesta como broche. Sus ojos azules me sonríen. Choca su copa contra la mía en un brindis improvisado de sus manos enguantadas de blanco.

—Y la maternidad no ha hecho más que resaltar su belleza —comento despreocupado devolviéndole la sonrisa.

Cuando veo que Rêvereaux y Luzzio se acercan a Yngvild, dejo de prestarles atención y me centro en mi padre.

—Creo que esa es una de esas pequeñas cosas en las que podemos estar de acuerdo, Stian —comenta con soltura mientras bebe de su copa—. ¿Ya la felicitaste?

—Aun no he tenido la oportunidad. No he querido agobiarla más de la cuenta, así que prefiero darle su espacio hasta que pueda acercarme a ella sin aumentar más el tumulto a su alrededor.

Veo que mi padre arruga la frente un poco; un signo sutil de desaprobación.

—Si me permites darte un consejo, hijo, pienso que estás perdiendo una oportunidad valiosa para socializar y mezclarte un poco más en los asuntos políticos del Conservatorio —comenta con sutileza—. Después de todo, tú e Yngvild se conocen desde muy chicos, y tengo entendido que hace tiempo Monsieur Rêvereaux te invitó a formar parte de su escuadrón. Que incluso fuiste en una misión especial con él. Misión, por cierto, en la que el elogió mucho tu desempeño...

—Eso fue hace mucho tiempo, padre...

Mi padre suspira como si se le escapara la vida en el acto.

—Francamente, todavía hoy en día siento que esa ha sido una de las peores decisiones que has podido tomar en la vida, Stian —me dice.

Yo volteo a verlo perplejo.

—Al menos Yngvild sigue en sus cabales —dice chistando—. Pero, ¿tú? Haber acompañado a... ¿Rêvereaux...? Es algo que nunca terminé de entender. Y no me malinterpretes, hijo. En el mundo de los caballeros, la diferencia está a la orden del día. Igual, es cosa de hombres y mujeres fuertes el mantener más que sólo el prestigio. A veces también hay que mantener la distancia necesaria para que el carácter no sufra a causa de la inmadurez...

—Ya es muy tarde para hablar de eso padre, así que no tiene sentido. Lo que está hecho, hecho está.

—No es tan fácil —dice él con voz conciliadora—. Pero supongo que si tú lo dices... Lo último que puedo decir al respecto es que abras los ojos a tu corazón; que sigas el camino que a ti te parezca mejor, no el que el tiempo que te tocó vivir te hace sentir que debes tomar...

Le escucho con extrañeza sin saber qué contestar. Supongo que mi papá dice todo esto porque estoy cerca de cumplir los treinta años.

—Yngvild y tú habrían hecho una bonita pareja —deja escapar en un arrebato de franqueza—. Tu madre siempre lo decía. Te confieso que varias noches fueron las que pasamos que llegaría el día en que pedirías el anillo de la familia para proponerle matrimonio.

Labios de sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora