Capítulo 51

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—A continuación, el nuevo éxito de la Corchetis. ¡Primavera! Disfrútenlo.

Los primeros acordes de una guitarra emanaron del televisor tras la presentación del anunciador. Frente a la pantalla se encontraba un pequeño conejito color verde botella desparramado sobre un sofá. Uno de sus pies se balanceaba a varios centímetros del suelo, mientras que su mirada lila estaba fija en el techo. Memorizaba las líneas naturales de la madera que conformaban las tablas del cielo. Suspiraba pesadamente mientras dejaba pasar de largo la melodía.

Jack apenas tenía cuatro años y se aburría como ostra. Mamá trabajaba desde su computadora en su habitación, mientras tenía un ojo atento a Jacob, quien se encontraba en su corral durmiendo, rodeado de juguetes coloridos. Yenny había comenzado a ir a la escuela, pero apenas alcanzó a ir dos semanas. Le dijeron que no podía regresar a la escuela, pero podía seguir yendo a clases a través de su computadora. Todas las mañanas se conectaba junto a papá, y en la pantalla aparecía el rostro de otros niños junto a sus padres, sus hermanos y sus mascotas.

Él estaba deseoso de ir al jardín infantil, pero un error administrativo retrasó el inicio de sus clases por un mes. Mes que se estiró hasta convertirse en seis y contando. Para peor, las salidas los fines de semanas se acabaron. Ya no iban por las tardes al parque por helado o tan siquiera por un rayo de sol. Solo se podía conformar con el patio trasero, el cual a esta altura le aburría. El televisor era el único soldado en pie en la lucha contra el aburrimiento, y estaba perdiendo.

De un salto se puso de pie y se asomó por la ventana. Había poca gente circulando por las calles. Todos usaban una mascarilla en el rostro. Había de todas las formas y colores. Algunas dejaban al descubierto la nariz. Otras se amarraban en la nuca. Algunas eran sencillas. Otras mostraban una dentadura fiera. Otros usaban un pañuelo para cubrirse la nariz y la boca. Todos caminaban con aprensión, apurando el paso lo más posible. Muchos traían paquetes y bolsas con mercadería. Algunos en bicicleta traían la mascarilla de collar. A pesar de que el panorama era similar desde hace meses, no dejaba de sorprenderle. Mamá y papá también usaban una mascarilla cuando salían a la calle. Él y Yenny también debieron usar una las pocas veces que salían. La suya era color celeste cielo que se amarraba en la nuca. No le gustaba usarla; sentía que le faltaba el aire. Cada vez que hacía trampa y sacaba su nariz sobre su mascarilla, sus padres o su hermana se la reajustaban.

Tenía ciertas nociones de lo que ocurría. Una vez cuando su hermana estaba en clases, él se unió a la reunión con papá y Yenny. Más bien era por aburrimiento y soledad. Allí, una amable mapache que hacía de profesora aceptó que el pequeño se asomara a través de la cámara. Era una de las primeras clases, y les estaba explicando a los pequeños de primer año lo que estaba ocurriendo. Hablaba de una enfermedad llamada Coronavirus, y que era muy contagiosa. Había mucha gente que se contagiaba con facilidad, recibiendo los síntomas similares a un resfriado, pero más fuerte. Era una enfermedad que aún no tenía cura, así que la prevención era la clave. Les habló de las mascarillas, del distanciamiento físico y del lavado de manos. El pelaje de sus manos se había resecado tras lavarse las manos por lo menos cinco veces al día desde que todo comenzó. El alcohol gel no le gustaba. Era viscoso y tenía un olor desagradable. Por fortuna, no le tocaba usarlo mucho. Solo una vez por una emergencia con Jacob le hicieron untarse sus manos con aquel gel en el hospital. También la vez en que acompañó a papá al supermercado le obligaron a usarlo.

No alcancé ni a salir

Cuando me dijeron que tenía que entrar

De la calle olvidarme

Al colegio unirme por una pantalla

Y no me puedo concentrar

—Bien, nos veremos mañana. Espero que se preparen para el examen de la próxima semana —anunciaba una cabra barbuda y con gruesos lentes a través de la pantalla.

Amor prohibidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora