Capítulo 33

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—¡Está perdiendo mucha sangre!

—¡Su presión está bajando!

—¡Necesitamos sangre tipo B!

—¡Lo estamos perdiendo!

—¡Necesitamos sangre tipo B!

—¿Alguien puede parar el sangrado?

—¡Ve a buscar sangre tipo B para la transfusión!

La adrenalina del momento despertó a Yin. Eran apenas las siete de la mañana de un día sábado. Se sentía mal por despertar tan temprano en un día en que podía quedarse en cama hasta tarde. Peor aún considerando que ya no recordaba cómo se sentía una noche reconfortante. Apenas su esposo había logrado esquivar las garras de la muerte, le llegó el turno a su hijo. La vida la estaba tratando pésimo últimamente. En las noches le era imposible conciliar el sueño, temiendo que al despertar, Jacob no estuviera en este mundo. Tenía un par de gruesas y oscuras bolsas bajo los ojos. Era raro verla con sus ojos completamente abiertos. Sus movimientos solían ser más lentos de lo acostumbrado. Estaba viviendo en modo automático. Tampoco podía concentrarse bien. Le era todo un desafío concentrarse en su trabajo, el cual debió forzosamente reducir su carga. Debía evitar cualquier error en lo poco que hacía o perdería la única fuente de ingresos familiar.

Volteó y pudo ver a Yang de espaldas. Parecía dormir quieto, pero años conviviendo con él le enseñaron que no debía confiar en las apariencias. Apaciblemente se encargó de todas las tareas asignadas con tal que la vida familiar no se detuviera. Tranquilizó a sus hijos, especialmente a Jimmy, con quien estaba creando un lazo aún más cercano. A pesar de ello, se le notaba el cansancio y la lentitud. Es muy probable que tampoco estuviera durmiendo bien. Hubiera deseado que en aquel momento estuviera despierto. Era un instante vacío y solitario, que un simple abrazo hubiera mejorado.

En vez de eso, se escuchó el timbre de la casa. Se escuchaba insistente y reiterado. Parecía como si quien llamaba estuviera desesperado. A Yin le extrañó que alguien viniera con esa actitud a visitarlos tan temprano aquella mañana. De forma automática se puso de pie y se colocó su bata color crema junto con sus pantuflas. Era una mañana que a pesar de no ser helada, era bastante fresca.

Yenny también estaba dispuesta a abrir la puerta. La insistencia del timbre sin duda despertó a toda la casa. Cuando se encontraba bajando las escaleras, se encontró con que su madre había llegado primero.

—¿Señores Brown? —preguntó la coneja extrañada—. ¿Qué hacen ustedes aquí?

Frente a ella se encontraba un enorme oso castaño con una mirada de pocos amigos. Venía con un traje formal bastante desgastado, al borde de desteñirse, junto con un bombín. A su lado, una osa gris que también parecía haber despertado de malas pulgas. Venía con un largo y delgado vestido de algodón color calipso con un grueso chal oscuro encima. Su chal también parecía desgastado, como si hubiera pasado de mano en mano por generaciones. Entre ellos se podía reconocer a Susan, quien parecía más pequeña de lo normal en medio de sus padres.

—Buenos días señora Chad —saludó el oso con una voz ronca y suave quitándose el bombín—, lamento mucho tener que molestarla a esta hora de la mañana, pero como familia tenemos un asunto de gran importancia que no podemos hacer esperar.

—¿A sí? ¿Y de qué se trata? —preguntó Yin arqueando una ceja. Aún le parecía rarísima la visita de los padres de Susan.

Ambas familias se conocían desde que Yenny había entablado una amistad con Susan en la primaria. A pesar de ello, ambos matrimonios nunca habían sido tan cercanos. Algunas veces se habían topado en la escuela o en alguna actividad que involucraba a sus hijas. Los señores Brown siempre han sido cordiales con los Chad en su trato, especialmente con Yin, de quién conocían su fama profesional.

Amor prohibidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora