Capítulo 69

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—Así que tu infancia también fue dura, ¿eh?

Carl se encontraba nuevamente enfrascado en un juego de damas chinas con Ella Mental. Afuera, los primeros rayos solares cruzaban los nubarrones vaticinando un día más tranquilo en comparación con el día anterior. La cucaracha nuevamente intentó leer la mente de su contrincante, esta vez en busca de predecir sus jugadas. Estaba aceptando la idea de que para conseguir su amnesialeto, debía ganarle en las damas chinas. Fue una búsqueda no tan intensa como la vez anterior, aunque tomaba más tiempo. Había gastado casi toda la mañana juego tras juego fallido. La tigresa le había ganado en todos. Ella sin duda estaba usando el sutil arte de la lectura mental para adelantarse a sus jugadas. La tigresa le ganaba por lejos en este campo. La cucaracha en cambio, buscaba dar vuelta el marcador.

—Eso es algo que no te incumbe —respondió moviendo una de sus fichas.

El silencio nuevamente se instaló entre los dos. Sólo el crepitar de la chimenea les hacía compañía. Carl, casualmente, se había topado con los recuerdos de infancia de la tigresa. No podía sentir menos que empatía por ella. Con una familia que la despreciara, él podía sentirse reflejado en cierta forma a través de ella. Raíces oscuras que en cierta forma marcan tu camino. Una lucha que se hace más difícil a la hora de escoger voluntariamente qué es lo que quieres hacer con tu vida.

—¿Sabes? Yo antes era como tú... —Carl rompió el silencio tras hacer su jugada.

—No voy a caer en tu discurso barato —lo interrumpió bruscamente.

El juego se volvió completamente silencioso.

El día se lleva a la noche. La luz se lleva a la oscuridad. ¡Cómo pueden cambiar las cosas en menos de veinticuatro horas! La oscuridad aún mantenía cautivo el corazón de Yenny. La chica se encontraba con los ojos completamente abiertos sobre la cama. No había podido pegar pestaña en toda la noche. Una inmensa amargura espantó su sueño y secuestró su corazón. A su lado, en el suelo, Susan roncaba dentro del saco de dormir. Lentamente vio como el cuarto se iluminaba cortesía de la luz del día. Estaba aturdida con tantos pensamientos e ideas que asaltaron de golpe su cabeza. Un insomnio que jugaba con su psiquis en el limbo entre la lucidez y el descanso. Cuando pudo ver que el reloj despertador anunciaba las siete de la mañana, no le encontró sentido seguir acostada.

Se puso de pie lentamente. Sentía el pesar en su cabeza. Unas manos invisibles la empujaban a mantenerse atada a la cama. Cada movimiento que hacía le pesaba más. Estaba aturdida. Con cuidado, pasó por encima de Susan. La osa ni siquiera se percataba de su entorno. Dormía plácidamente soltando molestos ronquidos. Yenny abrió cuidadosamente la puerta y abandonó el cuarto.

El pasillo le parecía helado. Sus pies descalzos sentían el frío sobre la madera del suelo. El lugar le parecía silencioso, tan vacío. Un largo suspiro le permitió sentir el frescor de la mañana en sus pulmones. Aquel frío, aquel silencio, aquel vacío, le regaló la primera sensación de paz. Era la calma después de la tormenta. El cúmulo de daños ya la había golpeado lo suficiente como para que algo más le afectara.

El hielo se hizo estremecedor cuando pasó por frente a la puerta del cuarto de invitados. Sabía que allí se hospedaba Jack. No lo había vuelto a ver desde que se enfrentaron al cuerpo sin vida de Francesca. Por su reacción, podía hacerse una idea de lo mucho que le había dolido enfrentar tan sanguinario momento. No pudo evitar sentir un escalofrío al recordar los detalles. Quería saber cómo estaba su hermano. Conociéndolo, tal vez a esta hora se encontraba durmiendo a pata suelta. O tal vez se había desvelado al igual que ella. ¿Cómo saberlo? Le hubiera gustado cruzar el umbral, pero temía molestarlo.

Estaba a punto de dar un paso para alejarse de dicha puerta cuando escuchó que la manilla giraba. Antes de deducir algo, la puerta se abrió, dando paso a Jack. El conejo dio un leve respingo al toparse cara a cara con su hermana. Ambos se miraron sorprendidos, en silencio. Las palabras fueron tragadas por el momento. El chico se le veía con unos shorts azul marino y una camiseta blanca. Ella en cambio traía un camisón largo de algodón color rosa pálido.

Amor prohibidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora