Capítulo 91

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—Bien, aquí estamos.

Frente a un imponente edificio de estilo gótico se encontraba nuestra cucaracha. Armado solo con una mochila desgastada en su espalda, su cuello llegaba a torcerse de tan arriba que llegaba a mirar con el propósito de hallarle el fin a tamaña infraestructura. Era un enorme castillo de piedra con cientos de torres que se elevaban como enredaderas hasta perderse en la estratósfera. Esto, sumado a su ubicación en medio de la nada, la hacía aún más llamativa. La pobre cucaracha se sentía aún más inferior frente a tamaña mole. ¿Realmente merecía estar allí? Las ganas de dar media vuelta y marcharse comenzaban a dominarlo, pero a sabiendas de que no tenía pasado, simplemente terminaba atornillado en aquel sitio con mirada de idiota.

Llegar hasta allí no había sido fácil. Con una vida marcada por el maltrato de su familia, fue un milagro haber sacado fuerzas de su interior para atreverse a huir de allí. Había pasado toda su vida buscando ganarse el cariño de su madre, hasta que un golpe de la vida le demostró que eso jamás lo alcanzaría. El día en que salió de casa, cortó aquel lazo marcado por el dolor. Ya no tenía absolutamente a nadie en este mundo. Estaba completamente solo.

Cruzó medio país con este sentimiento. Solo sabía que debía huir de ese pasado, más no hacía dónde. Había aprovechado que muchos conocidos se estaban yendo del pueblo. Los gemelos Chad se habían escapado tras la muerte de su padre panda. El padrastro de Coop había enviado lejos al pollo para heredar algún día sus empresas. Lina se había ganado una beca para estudiar psicología fuera del pueblo. Otros también se habían ido del pueblo. ¿Por qué él no? Ya no le quedaba nada allí. Más, ¿a dónde ir?

Las vueltas de la vida lo llevaron hasta la escuela de Hogwarts. Todo por su más reciente sueño de convertirse en cazador de demonios. ¿Por qué? Algo tenía que hacer con su vida. Según los consejos de quienes se había topado en su trayectoria, era lo mejor que podía hacer ya que tenía poderes. Y es que en serio, lo heredado de su pasado solo eran sus poderes mágicos y su habilidad para disfrazarse. De sus talentos rescatados, lo mejor era convertirse en un cazador de demonios.

Aquella mole que actuaba de edificio le hizo replantearse su futuro. ¿Realmente tenía la pasta de un cazador de demonios? ¿Y si reprobaba el primer día y lo echaban de allí? ¿Y si no se la podía? ¿Qué rayos era eso de cazador de demonios en primer lugar? ¿Qué le interesaba de los demonios en primer lugar? Al pensar en retroceder y olvidarse del asunto, se topaba con el vacío, con la nada, con el sinsentido. No tenía nada atrás. No tenía nada que perder.

Olvidando sus propios cuestionamientos, Carl afrontó la enorme entrada de puertas dobles de cinco metros de altura. El lugar estaba lleno de energía, con cientos de personas circulando a su alrededor. Algunos llevaban una capucha negra que caía desde el cuello hasta los tobillos, con enormes mangas en cada brazo. Él observaba todo con cierta curiosidad y aprensión. Todo era completamente nuevo y extraño. Cualquier determinación se encontraba en el limbo. No tenía ni la menor idea de qué esperar a partir de este punto.

Los primeros días fueron bastante tranquilos. Consiguió alojamiento en una pensión para estudiantes ubicada en una de las torres colindantes del gran castillo. No hablaba con mucha gente. Solo abría la boca para lo justo y necesario. Las primeras clases se convirtieron en una introducción necesaria a lo que se estaba metiendo. Sabía de primera fuente de la existencia de criaturas indescriptibles y poderes más allá de lo inimaginable de todo tipo de naturaleza. Lo que comenzó a ver en aquel semestre lo dejó boquiabierto. La realidad iba mucho más allá de lo que apenas llegaba a imaginar. Es por lo mismo que decidió concentrarse en los estudios. Días enteros encerrado en la biblioteca del castillo devorando libros, para luego irse a su cuarto en la pensión a lo largo de la noche.

Su cuarto era una habitación de apenas un par de metros cuadrados, en donde cabía una cama, un armario y un tosco escritorio con un taburete de madera. Para cruzar de la entrada al escritorio, se veía obligado a pasar por encima de la cama. Al fondo había una pequeña ventana la cual abría todos los días para borrar el olor a encierro. Los espacios comunes eran amplios, pero se sentían claustrofóbicos debido a la inmensa cantidad de gente que circulaba por allí. Lo peor era a la hora de cenar, cuando todos llegaban a compartir. Esto le causaba repelús a nuestra cucaracha, quien se conformaba con un sandwich comprado en el camino como cena con tal de evitar compartir con alguien.

Amor prohibidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora