Capítulo 24

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—Mamá yo...

El silencio era sepulcral, a pesar del ruido del motor y de la radio. Yenny se sentía sumida en el fondo de la culpa desde el asiento detrás del copiloto. Ella y su hermano regresaban rendidos de vuelta a casa. Sus padres se encontraban en los asientos delanteros. Yang conducía a pesar de algunos moretones producto de la pelea, mientras que su esposa descansaba a su lado.

El silencio era gélido. Era nueva en esto de la decepción paternal, y se sentía horrible. La culpa la atosigaba hasta en el fondo de su consciencia. Lo peor era a la hora de intentar entender a qué se debía todo esto, no llegaba a ninguna conclusión convincente. Esto la hacía sentir peor. Había desafiado una orden de sus padres. Había roto su confianza, y punto. Era lo que importaba, era lo único claro. Temía que las consecuencias vinieran de la mano de una relación rota e irrecuperable.

Jack por su parte se sentía extraño. A esa hora debía estar lejos de allí, no de camino a casa. El joven se encontraba mirando por la ventana con una mirada despreocupada. Su consciencia estaba fuera de aquella van que circulaba por las calles. Su mente se quedó en aquella pelea que acababa de presenciar. Le parecía una escena de ciencia ficción. Sospechaba que sus padres tenían algo que ver con el Woo Foo, por algo intentaron insistentemente prohibirle practicarlo. Lo que estaba lejos de imaginar, era que ellos fueran tan buenos en este arte, casi al punto de poner en aprietos a su propio maestro. Cada movimiento quedó grabado en su memoria. Además, ¿qué era eso que el maestro Jobeaux pretendía decirles aun a costa de sus padres? Lo iba descubrir, era seguro.

Una vez que la van estacionó fuera de casa, los chicos se bajaron en absoluto silencio. Mientras se dirigían a la puerta de entrada, esta fue abierta por Susan, quien los recibió.

—¡Señores Chad! ¡Bienvenidos de vuelta! —los saludó con amabilidad. Su sonrisa se cortó de súbito al ver las caras de Yenny y Jack.

—Gracias Susan por cuidar de los niños —se adelantó Yin—. De verdad fuiste un ángel caído del cielo. Con la prisa nos era imposible de encontrar a alguien que cuidara de ellos.

—De nada —respondió con un tono más monótono sin poder despegar la vista de sus amigos.

La osa se despidió mientras veía como el resto de la familia entraba a su hogar. Yin la había llamado con urgencia aquella mañana pidiéndole que viniera a cuidar a sus hijos menores. Cuando llegó a la casa, vio que Jacob, Yuri y Jimmy estaban solos. Al preguntarles por sus hermanos mayores y por la emergencia de sus padres, simplemente concordaron en que aún estaban procesando lo que ocurría.

—Niños, suban a su cuarto —les ordenó Yin a sus hijos menores. Los tres menores se encontraban cerca de la entrada, esperando pacientes cualquier indicio que les dieran más pistas de lo que estaba pasando.

En silencio, los tres decidieron obedecer. A diferencia de Yenny y Jack, fueron testigos de la furia de su madre luego que Yenny se atreviera a arrebatarle el permiso delante de sus narices y escapara por la puerta. La reacción de su madre les dejó en claro que no pensaran en imitar ese desafío nunca jamás en sus vidas.

A pesar de todo, al ver que los mayores entraron al living y cerraron la puerta, se quedaron en el rellano del segundo piso. Estaban agachados, expectantes, sujetos de las barandillas de la escalera.

—¡Rayos! Desde aquí no escucharemos nada —se quejó Yuri—. Espero que esta vez tu micrófono sí funcione.

—Sí, porque lo coloqué yo —respondió Jacob.

Tras esta señal, los tres hermanos se encerraron en el cuarto de Jacob.

Al interior del living, los cuatro involucrados tomaron asiento. El silencio que los acompañaba se hizo presente, y no pretendía abandonarlos. Yin suspiró, miró de reojo a Yang, intentó comenzar, pero tras abrir la boca, no emitió ningún sonido.

Amor prohibidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora