Capítulo 81

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Bienvenidos al 2022.

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—¡Buenos días, amor!

Lina abrió los ojos lentamente con pereza. Se sentía tan cómoda envuelta entre sus sábanas, sus frazadas y su colchón de toda la vida. Aquel cuarto con papel tapiz púrpura y cargado de detalles lo conocía como la palma de su mano. Desde que tenía memoria, aquel había sido su espacio seguro, su rincón en el mundo, la expresión de su alma. Se desperezó estirando sus extremidades completamente. La luz solar ya alcanzaba el suelo, y las cortinas abiertas le regalaban la energía de un nuevo día.

Cuando la perrita se sentó sobre su cama, pudo verlo. Yang se encontraba en el umbral de la entrada con una bandeja entre sus manos. Traía una camisa de algodón a cuadros y jeans desgastados. Su sonrisa sincera y mirada brillante dieron de golpe en la perrita.

—Te traje el desayuno —el anunció aproximándose hacia ella.

Mientras Lina intentaba interpretar lo que estaba viviendo, el conejo se sentó a un costado de la cama, presentándole la bandeja. Traía un tazón de café con leche, tostadas con mantequilla y mermelada, un pocillo con pasas, un vaso con jugo de naranja y un pequeño florero con una flor rosa.

—La leche la ordeñamos esta mañana —le comentó con una sonrisa.

Lina no movía un músculo. No sabía por dónde comenzar a interpretar lo que estaba viviendo. ¿Era un sueño? No, era demasiado real. Incluso podía oler el barro de los bototos del conejo. Su presencia golpeaba como en los años de adolescencia.

—¿Ocurre algo? —comentó Yang con una mirada preocupada.

—Yo... no es nada —balbuceó la perrita percatándose que era capaz de moverse en esta historia.

—Te recomiendo las tostadas —continuó Yang aliviado tomando un triángulo de pan—. Tú sabes que mi debilidad son los dulces —agregó con una sonrisa inocente antes darle la primera mordida.

Lina se sentía como en una realidad virtual. Obedeciendo al conejo, acercó su mano, tomando un segundo triángulo. Al ver que podía moverse sin mayor problema, le dio un mordisco al pan.

—¡Está delicioso! —exclamó sin poder evitarlo. El pan estaba tibio y crujiente, la mantequilla suave y salada, haciendo un contraste perfecto con la dulzura de la mermelada de fresa. Era un sabor demasiado real como para ser una mera fantasía.

—Sabía que te gustaría —comentó el conejo dichoso tomando la mano libre de la perrita.

Siguieron comiendo en silencio mientras no se quitaban la mirada de encima. Si esto era un sueño, era uno demasiado bueno. Era el paraíso, el nirvana, el éxtasis. Lina se encontraba en su séptimo cielo. No le interesaban las razones, solo quería disfrutar de su conejo.

—Tienes una mancha ahí —Yang tomó una de las tantas servilletas que dejó sobre la bandeja y se aproximó a ella.

Sus rostros quedaron a centímetros uno frente al otro. Con delicadeza, él limpió la punta de la nariz de ella, manchada con mermelada. El conejo aprovechó el momento y le regaló un beso en los labios. Fue un momento inesperado para Lina, quien simplemente se dejó llevar. Comenzó con un leve roce entre los labios para luego aumentar la presión por parte del conejo. Era un beso dulce, un beso tierno, un beso avasallador. Las mariposas germinaron desde el estómago de la perrita. Se sentía volar en medio de un aroma dulce y una calidez que parecía perdida.

—Te amo —le susurró mirándola a los ojos. Aquellos ojos lilas renacieron el palpitar flotante de su corazón.

Lina apenas podía respirar de la emoción. Hubiera querido abrazar al conejo hasta convencerse de lo real de la escena, pero no podía moverse. Se sentía temblar por el golpe emocional. Quería que aquella ínfima distancia jamás aumentase. Quería respirar el aliento del conejo por el resto de su vida. Quería abrazarlo y decirle lo mucho que extrañaba esos momentos.

Amor prohibidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora