Capítulo 27

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—¡Papá!

Fueron las primeras palabras oídas por Carl. Aún se encontraba muy confundido sobre lo que ocurría a su alrededor. La presión en uno de sus costados lo obligó a abrir los ojos. Lo primero que vio fue al pequeño Jimmy aferrado a él.

—Jimmy —balbuceó.

El pequeño ocultaba su rostro sobre las sábanas mientras que él lo abrazaba instintivamente. El pelaje azul que notó en sus brazos le hizo recordar sus últimas jugadas.

—¡Papá! —oyó otro grito.

De inmediato una pequeña coneja rosa saltó encima de él recordándole lo que era el dolor.

—¡Cuidado Yuri! ¡No ves que él aún está herido! —le recriminó otra voz.

Mientras intentaba deslumbrar quién habló, otro abrazo lo tomó por sorpresa desde el otro costado. Era un conejo rubio de pelaje largo. Tenía unos anteojos que se le estaban empañando por las lágrimas.

Carl intentó consolarlo. Ya estaba teniendo un poco más claro el panorama. Aún no dilucidaba cómo llegó allí. Solo sabía que estaba recibiendo a los hijos de Yang, y que en ese instante él era Yang.

Apenas había sacado esa conclusión cuando alguien más lo tomó por sorpresa.

—¡Yang! —escuchó una voz que lo llamaba.

Vio entrar a Yin seguida de su hijo mayor. Apenas pudo reconocerla. Ella llegó corriendo a su lado y le regaló un intenso beso en los labios. Carl quedó anonadado. Simplemente era lo que menos se esperaba. Todo ocurrió muy rápido. Inicialmente el terror le regalaba serios deseos de vomitar. A los pocos instantes pudo notar la suavidad de sus labios al contacto con los suyos. Era de una calidez que llegaba a emocionarlo en el alma. La emoción se apoderó de su mente. Eran esquivos los momentos en que alguien le entregaba tanto amor en un gesto tan simple. Solo quería seguir y que ese momento no parara. Tenía sed de cariño. Tenía sed de amor. Tenía sed de tantas cosas, y no lo sabía. Ni siquiera le importaba que sus lenguas se estuvieran tocando. De hecho, lo empujaban a pedirle más y más al beso regalado. El darse cuenta sobre quién lo estaba besando lo hizo sentir peor.

—¿Có-cómo te sientes? ¿Te duele algo? ¿Estás bien? —le preguntó titubeante mientras le acariciaba el rostro.

Carl apenas podía hablar. Estaba frente al rostro pasmado de Yin, quien no podía creer que aún siguiera con vida.

—¡Papá! ¡Es un milagro! —Yenny lo abrazó por detrás desde el cuello. Podía sentir sus sollozos en su nuca.

Sentía que debía decir algo. Notaba un ambiente bastante conmocionado, y no era para menos. Si hubiera sido el verdadero Yang quien hubiera recibido el disparo sin conseguir esquivarlo, ya estaría muerto. Carl en cambio se había aplicado un hechizo de protección sobre sus órganos vitales hace unos días, lo que a fin de cuentas le salvó la vida. Eso no impidió que la bala le forjara una herida y que perdiera mucha sangre. Por fortuna, estos imprevistos no lo mataron. Un pulmón perforado si lo hubiera hecho.

—Chicos, tranquilos —intentó consolarlos—. Yo estoy bien. No pasa nada.

Fue en ese instante en que notó que no traía consigo el anillo de bodas. Los nervios se apoderaron de él. Se sentía vulnerable. Solo esperaba que no lo descubrieran.

—Papá —Jack se sentó a un lado de la cama. Parecía el más compuesto del grupo, aunque no dejaba de notarse que se aguantaba las lágrimas—. No sabes cuánto me alegro de que estés bien —le dijo con una sonrisa.

En ese instante se rindió en su plan de controlar la situación. Estuvieron a punto de perder a su padre, y un afortunado milagro los salvó. Necesitaban llorar. Necesitaban botar el miedo, el pesar, el dolor. Un abrazo familiar los ayudó. El tocarlo, el sentirlo, les ayudaba a convencerse de que seguía vivo, y que no era una mala broma de sus sentidos.

Amor prohibidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora