Capítulo 23

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—¡Maestro!

Jack pudo observar a su mentor frente a las puertas de su academia. El primer sol comenzaba a salir por el horizonte, extendiendo largas sombras sobre todo lo que tocaba. Jobeaux se encontraba vistiendo ropa casual, con una chaqueta de mezclilla sobre una camiseta blanca, pantalones deportivos y zapatillas oscuras. Traía consigo una mochila que parecía venir cargada. Jack también traía la suya, principalmente con bocadillos, puesto que fuera cual fuera la decisión, apenas habría tiempo de almorzar.

El goblin le sonrió al verlo acercarse corriendo.

—Llegas a tiempo —le dijo mientras observaba su reloj en su muñeca—, ¿trajiste el permiso?

—Por supuesto —respondió el conejo mientras hurgueteaba al interior de su mochila.

Tras unos cuantos segundos sin encontrar el papel, comenzó a sacar cosas desde el interior. Se sentó en el suelo mientras repartía todo lo que tenía sobre la acera. Poco a poco la emoción de Jack fue tornándose en un terror cada vez más inaguantable.

—No lo entiendo —comentó cuando ya no quedaba nada más que sacar—. ¡Juro que lo tenía aquí!

El conejo empezó a revisar entre las cosas que había sacado, los bolsillos pequeños de su mochila, ¡incluso en los bolsillos de su propia ropa! Pero no había rastros del papel.

—Sabes bien que si no tienes el permiso, no podrás venir conmigo —le dijo su maestro con las manos en su espalda.

—¡Juro que lo tenía! —el terror se había apoderado de Jack. ¡Tanto desvelo para nada!—. No, no puede habérseme quedado en la casa. ¡Tiene que creerme!

Jobeaux lo observó con una paciencia que solo aumentó la tensión de su alumno.

—Lo siento, no puedes venir conmigo —sentenció tras unos minutos más de espera.

—P-pero maestro —balbuceó mientras guardaba todo lo que había desparramado en la acera—. ¡No puede hacerme esto!

—Aún tienes la batalla de las bandas —comentó Jobeaux—. Estás a tiempo todavía.

Jack quedó petrificado ante ese comentario.

—¿C-cómo lo sabe? —balbuceó.

—Gran parte de la escuela lo sabe —respondió.

Jack quedó de rodillas en el suelo, sin habla, sin movimientos, viendo como poco a poco su maestro le daba la espalda y se dirigía en dirección del sol.

El dichoso papel, el dichoso permiso firmado, se había quedado sobre la mesita de noche de su cuarto, lo suficientemente visible como para que cualquiera pudiera verlo. Había quedado así para no olvidarlo durante la mañana. Meta no cumplida.

Tras la llamada recibida por Yin, el bullicio se desató en la casa de los Chad. La coneja despertó a toda la familia y les informó de lo sucedido, en busca de respuestas. Respuestas que solo tenía Yenny, y que no pensaba decir.

—¿Pero estás segura que no se retrasó o algo así? —comentó Yang intentando calmar a su esposa.

—Me dijo su amigo que lo habían esperado por horas, además que no contesta el teléfono —respondió Yin al borde de la desesperación—. ¡Dios! ¿Qué tal si le pasó algo de camino?

—¿Y no que sabe artes marciales? —intervino Jacob bastante somnoliento. Al igual que el resto de sus hermanos, no estaba acostumbrado a despertar tan temprano un día sábado.

—¡Pero aun así! —replicó su madre—. ¡Uno nunca sabe! ¡Especialmente luego de la fuga de Carl!

El silencio se hizo presente en el lugar. Nadie esperaba este relevante dato.

Amor prohibidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora