Capítulo 71

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En memoria de Amada Trinidad Candia Riquelme. Gracias a ella conocí a Yin Yang Yo.

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—Buenos días.

Ella Mental se desperezó inconsciente de su entorno. Se encontraba sobre su cama en su habitación. La cama parecía inmensa con sus dos plazas. La tigresa se encontraba bien arropada con cinco frazadas, un cubrecama de polar y más ropa. Su habitación se encontraba tan desordenada como siempre la había tenido desde que se había mudado a aquella cabaña en Alaska. Abrió los ojos luego de restregárselos. Le parecía haber oído una voz saludándola, pero se lo atribuyó a su imaginación.

Lentamente se volteó hacia un costado. Por un momento le pareció ver a Carl instalado en una silla. Tuvo que voltear varias veces para convencerse de la verdad. Hubiera saltado con el corazón a mil por hora si no fuera porque la escena no era para nada repentina ni atemorizante. Ahí se encontraba la cucaracha con un tazón verde humeante.

—Te traje un café —le dijo ofreciéndole el tazón.

Mientras aún se cuestionaba por qué él estaba allí, recibió el tazón humeante. Bebió un sorbo inconsciente y sintió el dolor en su lengua.

—Sopla primero —le advirtió Carl tras una leve risa mientras la tigresa soplaba con vehemencia.

—¿Qué haces aquí? —tartamudeó entre toces.

—Todo terminó —sentenció Carl con seriedad.

—¿Eh? —cuestionó alzando una ceja.

—¿No te acuerdas?

La mente de la tigresa quedó en blanco. Poco a poco el color empezó a invadirla. Recuerdos que no sabía de su existencia la asaltaron de pronto. Eran como una visión de la memoria de otros, para luego recibir la sensación de haberlo vivido. Era una sensación de no recordar aquellas imágenes para luego sentir que eran tan propias como su vida. Nunca había sentido una confusión mental tan extraña. Carl la observaba estático cuan celador. Pareciera que las piezas lentamente iban cuadrando.

A kilómetros de distancia, Yin se encontraba prácticamente aislada de todo el mundo, encerrada en su cuarto del hospital. El silencio era su mejor y única compañía. Estaba al tanto de todo, y eso le repercutía en la mente. Apenas había despertado, Jobeaux fue el único rostro familiar que pudo ver. No sabía cómo sentirse al respecto. No podía cuestionar la realidad. No especialmente luego de que él se encargara de poco a poco explicarle los hechos. Fue él quien le contó de la pérdida de uno de sus gemelos. Fue él quien la mantenía al tanto respecto al estado de salud de Yuri. Fue él quien le contó la situación del resto de sus hijos. Fue él quien le comentó de su situación legal. Fue él quien le informó que había dos policías haciendo guardia justo afuera de su cuarto. Fue él quien le confesó que Yang se había logrado salvar de su prisión. Fue el quien le reveló cuánto había repercutido en el mundo su relación con su propio hermano.

Era demasiado. Se hundía en un mar de problemas revolcados en el silencio y la soledad. Sentía que su vida se había hecho añicos. No tenía a nadie. No tenía nada. Todo lo había perdido. No quedaba nada para ella. El más grande de sus secretos ya era de conocimiento público. Su mayor temor era una realidad que la esperaba tras cruzar el umbral. Su familia había quedado destrozada. Sus hijos, su pareja, estaban tan lejos que no podría tan siquiera alcanzarlos. Se sentía tan fuera de esta realidad que todo le parecía ciencia ficción. No le quedaba otra que despedirse de su pasado.

Su jueguito de la familia feliz terminó.

El golpe de la puerta la despertó violentamente. Sin esperar respuesta, la puerta se abrió, dando paso al ya tan conocido goblin.

Amor prohibidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora