Capítulo 10

38 2 0
                                    

—¿Carl?

La enfermera se dirigió a la cafetería del hospital. La noche había aterrizado. Carl se había instalado en una mesa al lado de un ventanal, con un café instantáneo entre sus manos. Su mirada se hallaba perdida en las estrellas del cielo, meditando.

—¿Está todo bien? —la yegua se sentó en la silla vacía al frente de su novio, quien no había movido un músculo desde su llegada.

El espectro con el que se había topado hace unas horas lo lanzaba hacia sus recuerdos, hacia aquel encuentro una madrugada en las calles de Zimbabue. Había sido el ser más poderoso con el que se había enfrentado hasta entonces. Hoy estaba aquí mostrándole una pista no tan evidente. Ese niño no era un ser ordinario. No era solo el hecho de ser un hijo del incesto, ni que sus padres hayan sido antiguos enemigos de su pasado. Había algo más. Si solo hubiera sido eso, el espectro no lo habría elegido. ¿Qué quería con ese niño?

—¿Carl? —insistió Mónica.

Él se volteó y la miró a sus ojos celestes.

—¿El niño tenía un bogart y no quisiste decírselo a sus padres? —incursionó acertadamente la enfermera.

Carl simplemente asintió con la cabeza. Mónica quería ir con cuidado. Este caso parecía ser más delicado de lo que podía imaginarse.

—¿Podrías ver eso ahora? —le propuso—. Estoy de turno hasta las doce, y sus padres ya se fueron. Prometo no decirle nada a nadie.

Parecía tentadora la oferta. Hablar con ese espectro cara a cara y sin interrupciones. Se sentía capaz de derrotarlo esa misma noche de ser necesario, pero tenía bastantes interrogantes que demandaban ser resueltas antes que nada.

La penumbra de la habitación de Jimmy contrastaba completamente con la cafetería iluminada. Desde un rincón Carl observaba dormir al pequeño. Se había dormido temprano considerando que recién eran las once de la noche. ¿O era una hora decente para un niño de ocho años? El espectro no daba señales de vida. Quería preguntarle derechamente cuál era su obsesión con ese niño. Por qué decidió hostigarlo.

—Ese niño es especial, ¿no?

No era necesario mirar, no lograría ver nada. Esa voz burlona era única y totalmente reconocible.

—¿Por qué es especial? —cuestionó Carl sin un ápice de temor.

—¡Vamos! ¿Acaso no lo notas? —el espectro parecía extrañado.

El silencio regresó a la habitación. Por la ventana entraba un poco de la luz exterior, dibujando la silueta de un conejo dormitando sobre la cama, con una tranquilidad bastante esquiva en su vida.

—Tú lo trajiste hasta acá, ¿no? —prosiguió Carl.

—Hmm, tal vez sí, tal vez no —respondió el espectro—. Tal vez la presión de ser perseguido por una desdicha eterna lo abrumó de sobremanera hasta desmayarse. Tal vez cerré la puerta por dentro para que nadie pudiera ayudarlo. Quién sabe.

A Carl le molestaba de sobremanera aquel espectro, y no se aguantaba las ganas de encerrarlo nuevamente. Si no fuera por su curiosidad, habría terminado todo de un momento a otro.

—¿Qué tienes con el niño? —insistió Carl aguantando su molestia.

—¡Oh nada! —respondió con sarcasmo—. ¡Somos buenos amigos! Jugamos a verdad o reto, nos contamos historias de terror, le ayudo en sus tareas y él me ayuda trayéndome galletitas.

—¿Desde cuándo? —prosiguió Carl con su interrogatorio.

—Shht, es un secreto —aunque Carl no podía ver mucho, sentía que el espectro se había posado frente a él, a centímetros de su cara.

Amor prohibidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora