—Señora Print, debe ver esto.
Sara no había pegado pestaña en toda la noche. Tuvo que recibir a los equipos de emergencia y luego a la policía. Todo mientras debía apaciguar toda sospecha que induzca a la existencia de una posible mafia en la fiesta. Fue una velada demasiado tensa para ella. En los ratos en que por fin tenía un instante de paz, se encerraba en uno de los salones, y se paseaba imaginando el peor de los escenarios. La tensión espantaba cualquier intención de dormir, acabando poco a poco con sus nervios. Debía parecer tranquila. No quería más problemas de los que ya se habían ocasionado. Aunque no se lo dijo a la policía, en el fondo sabía que Lucio era el gran culpable de la tragedia.
La cierva volteó al oír la voz del mayordomo. Él se encontraba con su traje impoluto y una postura perfecta. Su voz le pareció extraña. El lobo no acostumbraba a hablar. Si lo hacía, era porque las noticias eran de gran importancia.
—¿Qué sucede, Boris? —le preguntó.
El mayordomo hizo un ademán de que lo siguiera. Ella aceptó. Recorrieron gran parte de la mansión hasta el sótano. Al llegar a la bodega de vinos, tras unas cajas cubiertas de polvo, se encontró con lo último que imaginaba ver.
—¡Yang! —se le escapó un grito ahogado.
De inmediato se arrodilló junto a él mientras le levantaba la cabeza del suelo. No le importó ensuciar su ya destartalado traje de gala. El conejo parecía inconsciente. Las preguntas se multiplicaron en su cabeza. Del otro lado del conejo, se encontraba el mayordomo en cuclillas, escaneando cada detalle en busca de pistas que los llevaran a alguna respuesta.
—¿Qué hace aquí? —preguntó Sara mientras intentaba sentarlo—. ¿No que estaba en el hospital? ¿Cómo llegó de regreso?
—Le avisé apenas lo encontré hace algunos instantes —explicó el lobo con su voz monótona.
—¡Hay Dios! —el peor escenario había llegado a su mente—. ¿Y si está muerto?
—No lo creo —respondió el mayordomo—, le tomé el pulso apenas lo encontré.
—¿Sabe alguien más de esto?
El lobo negó con la cabeza.
Mientras aún quedaban preguntas en la mente, se oyeron unos gemidos por parte del conejo. Sara lo tenía entre sus brazos cuando él abrió los ojos. Un par de ojos violetas se posaron sobre los ojos oscuros de la cierva, quien le respondía con una mirada atónita.
—¿Yang? —balbuceó sin poder modular bien a causa de la impresión—. ¿Estás bien?
El aludido no respondió. Simplemente la miró sin entregar un mensaje concreto. Era prueba suficiente como para esfumar el peor escenario de la mente de Sara.
—¡Oh Yang! —la cierva lo abrazó con fuerza. El conejo no parecía entender lo que estaba ocurriendo.
Sara lo sentó colocando su espalda sobre la pared.
—¿Cómo estás? ¿Cómo te sientes? ¿Te duele algo? ¡Por favor dime algo! —la cierva sujetaba su mano mientras el lobo lo observaba con una mirada aguda. Yang solo la miraba en silencio. No emitía palabras, cosa que aumentaba el nerviosismo de Sara. Ella lo revisaba en busca de algún síntoma que la alerte.
—Me duele un poco la cabeza —respondió finalmente—, y siento algo de mareo.
Sara le ordenó al mayordomo que fuera a por una silla de ruedas para llevarlo hacia uno de las tantas habitaciones de huéspedes que tenía. Todo, exigido bajo una completa confidencialidad.
Yang no habló mucho durante el traslado y las atenciones. Sara se encargó de atenderlo personalmente durante gran parte del día, mientras le pedía a Boris todo lo necesario. Le preparó la cama, le dio desayuno, le dio unos analgésicos para el dolor. El conejo se remitía solamente a agradecer las atenciones, sin dar el más mínimo detalle sobre cómo llegó allí. Esto solo aumentaba la incertidumbre por parte de ambos.
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Amor prohibido
FanfictionYin y Yang mantienen un matrimonio normal con cinco hijos, sin que nadie sospeche que son hermanos gemelos. Dejaron atrás el Woo Foo, su pasado, su vida, su historia, todo para comenzar una nueva vida juntos, en una nueva ciudad. Todo cambiará cuand...