—¿Estás bien?
Esa voz suavemente ronca llamó la atención de Yang. A su lado se encontraba Boris, el mayordomo de Sara. Era primera vez que lo oía hablar, y le costó asociar aquella voz de locutor radial con el silencioso mayordomo de la mansión en donde trabajaba.
Yang se volteó con una mirada interrogativa. Debía ser una emergencia muy grande como para que el lobo se dignara a dirigirle la palabra. Pronto se dio cuenta que estaba echándole demasiado plaguicida a la raíz del árbol del amor que se encontraba cuidando. Él juraba que le estaba echando un saco de abono. Desde la zona donde había arrojado el líquido salía un humo levemente verde claro que se veía tóxico. La primera reacción del conejo fue dirigirse hacia la manguera más cercana con la intención de limpiar el desastre causado, mientras se aún se preguntaba cómo había sucedido.
En el trayecto y debido a la adrenalina del momento terminó por tropezarse. Su tobillo derecho se dobló de una forma dolorosa para la vista. El dolor se hizo inmediato para el conejo, quien se debió olvidar inmediatamente ponerse de pie por el momento. La situación lo obligó a recoger su mente desde donde había quedado olvidada: sus recuerdos. Desde hacía días que no podía quitarse aquella culpa de su corazón y aquella imagen del maestro Yo de su mente. El indescriptible dolor fue la gota que rebalsó el vaso sobre un sistema nervioso a punto de estallar.
Tirado en el pasto, Yang dejó de prestar atención a su entorno. Boris, intuyendo lo que el conejo pensaba hacer, se aproximó con ligereza hacia la manguera, la cual estiró y activó. En poco rato ya no quedaba rastro del humo verde ni del desastre anteriormente alertado.
Para Yang, era una ilusión la nueva normalidad a la cual se hallaba enfrentado. Aún no podía escapar del instante en que echaba veneno para ratas en el tazón, ni de la celda en la prisión que le trajo de regreso sus recuerdos. Yin le había aconsejado que se olvidara de todo, que lo pasado ya era pasado, y que ir a trabajar le ayudaría a sentirse mejor dejando atrás cualquier mal sentimiento. El indescriptible dolor en su tobillo le avisó que ni siquiera en el fin del mundo podría escapar de su desdicha.
—¿Aún te duele mucho? —le preguntó Sara.
Apenas concluida su labor, el mayordomo lo llevó de inmediato hasta el interior de la mansión, dando aviso a la dueña de casa. En ese instante, comenzó con la revisión de la torcedura y con el vendaje en uno de los salones que había en el lugar.
—No tanto como antes —respondió tratando de tranquilizarla. La verdad era que el dolor persistía con la misma intensidad, pero ya se estaba acostumbrando. Aun así, unas lágrimas traicioneras surgieron de sus ojos, delatando la verdad.
—¿Estás seguro? —cuestionó la cierva al verlo más detenidamente. Su primera impresión era que se estaba aguantando el dolor.
Yang asintió con la cabeza.
—Creo que esto es algo delicado —sentenció Boris una vez terminado el vendaje—. Recomiendo que lo vea un médico.
—Llamaré a uno de inmediato —Sara de inmediato se dirigió hacia la salida en busca de un teléfono.
—¡Espere! —exclamó Yang intentando ponerse de pie. El primer roce de su pie en el suelo elevó el dolor, obligándolo a tomar asiento nuevamente—. Estaré bien.
El silencio se hizo en el lugar. El orgullo característico de Yang afloraba en estas circunstancias, asegurándole que un poco de descanso lo dejaría como nuevo. Sara en cambio lo observó detenidamente, en busca de alguna señal.
—Boris, ¿podrías dejarnos a solas? —le ordenó al mayordomo.
Tras una seña por parte del lobo, se retiró del lugar.
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Amor prohibido
FanfictionYin y Yang mantienen un matrimonio normal con cinco hijos, sin que nadie sospeche que son hermanos gemelos. Dejaron atrás el Woo Foo, su pasado, su vida, su historia, todo para comenzar una nueva vida juntos, en una nueva ciudad. Todo cambiará cuand...