Capítulo 30

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—¡Oye! ¡Fíjate por donde vas!

Carl había tenido hasta ese minuto uno de sus mejores días. Llegó hasta su pueblo natal en busca de la corbata y tirantes Woo Foo que curan. Ingresó a la academia Woo Foo abandonada. La armería parecía totalmente desvalijada, salvo precisamente por la corbata y tirantes buscados. De colores vistosos, la cucaracha por un momento sintió las mejillas ardiendo ante la posibilidad de tener que usar ese atuendo. Ante un ruido sospechoso, de inmediato se guardó la prenda y se escondió. Con alegría, pudo ver como Jobeaux llegaba con bastantes rasguños, para caer de rodillas decepcionado al no encontrar el objeto que Carl había sustraído segundos antes.

Todo iba de acuerdo al plan. La cucaracha incluso se aprovechó de robar una fotografía tirada en el suelo de la academia. Un antiguo recuerdo que estampaba a la familia que alguna vez habitó entre sus paredes.

Nunca hay que tentar a la suerte. Carl entendió eso a la mala. Al voltear por una esquina, chocó de frente con alguien. Recibió la queja del otro mientras intentaba ponerse de pie. Quedó congelado al reconocer con quién había chocado. De todas las personas del universo, ¿tenía que ser él? Eso demostraba que el mundo era muy grande y aquel pueblo era demasiado pequeño.

—¿Carl? ¿Eres tú? ¿En serio eres tú? —su interlocutor también logró reconocerlo. Su sonrisa genuina al reconocerlo le daba una mala espina.

—¿Herman? —respondió la cucaracha con voz temerosa.

No, no, no, ¡NO! Su vida solo había mejorado desde el día en que había abandonado a su familia. Jamás tuvo una buena relación con su hermano. Su madre simplemente lo odiaba. Jamás conoció a su padre. Los recuerdos tras su experiencia de «familia» eran por lo menos horribles. Descansó de muchos traumas el día en que decidió continuar sólo. Lo último que deseaba en su vida era volver a caer en el mismo infierno del cual apenas pudo escapar cuerdo.

—¡Es un milagro! —exclamó su hermano mientras lo abrazaba con fuerza. Al sentir sus pulmones a punto de reventar, comprendió que su súper fuerza aún no lo había abandonado—. ¡Justo iba a ir con un amigo mío que es detective e iba a ayudarme en tu búsqueda! ¡Y qué cosas! ¡Te encuentro así de fácil!

Carl no podía pensar con claridad. Además de la presión del abrazo, la euforia con que su hermano lo estaba recibiendo no tenía lógica alguna. Derechamente exigía una explicación.

—Un momento —Carl creó un aura rojiza a su alrededor que empujó a Herman hacia una distancia prudente. Sonrió al notar que su magia era más poderosa que la fuerza de la hormiga—. ¿Qué está pasando aquí?

—Mamá te necesita —expuso la hormiga con rapidez—. Está muy enferma y su último deseo es volver a verte.

Carl deshizo el aura. Quería verse imponente. Ya no era el chico que partía con el alma herida. Años de experiencias y aventuras lo habían convertido en alguien diferente. No se iba a dejar arrastrar de nuevo al sitio donde había sufrido tanto.

—Lleva un mes exigiendo poder volver a verte —continuó Herman con pesar.

—¿Qué es lo que tiene? —preguntó Carl con dureza.

—Tiene un cáncer terminal —respondió la hormiga—. Todos los médicos que hemos consultado nos han dicho que no hay nada más que hacer. Solo esperar.

Al no encontrar la respuesta acertada, la hormiga prosiguió con algunos sollozos.

—La verdad han sido los días más horribles de nuestras vidas. Mamá llora y sufre dolores a diario. Ni siquiera la morfina puede calmarla. Ambos sabemos cuál es el final de ese dolor, y eso me aterra.

Amor prohibidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora