A UN PASO DEL ABISMO

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CARTAS AL MARINERO (Capítulo 121)

—No quiero perderte, no quiero que te vayas, por favor entiende que hay cosas que no puedo controlar, esto no fue mi culpa, fue algo que está fuera de mis manos— dijo.

—Te voy a decir algo Iñigo, yo te amo, no dejé de amarte un solo día, fingí que ya no te amaba para no darte poder sobre mí, para que no te dieras cuenta lo tonta que soy, por esperarte todos estos años, por querer estar con vos, por ser siempre yo la cariñosa, la que dice cosas bonitas, la que siempre está para vos, incluso cuando sé que me dejaste por irte con otras, incluso cuando sé que te has burlado de mí, por mi cuerpo, que te avergüenzas de mí por mi apariencia, aún cuando sé que me ocultas todo lo que puedes, yo he seguido aquí, esperando por vos, por los pocos de amor que me das, por el tiempo que de sobra de otros, siempre tengo las sobras y las acepto por amor, pero estoy cansada, ¡yo valgo, aunque no sea una maldita modelo, valgo! Todas esas por las que me has dejado ¿dónde están ahora? ¿Dónde están cuando en la madrugada te da un ataque de ansiedad? ¿A quién le hablas por qué sabes que sin importar la hora te querrá hacer sonreír para que olvides tu dolor? ¡A mí! Quieres todo lo que yo te doy, pero no me quieres a mí, quieres mi forma de quererte, de amarte, de apoyarte, pero no quieres tenerme a mí, quieres tener a otras que son lo que te gusta, pero quieres seguir teniendo mi amor, mi lealtad, y eso es egoísta, y es de cobardes, así que perdón Iñigo, pero solo sos, ¡un maldito egoísta y cobarde!— dije con las lágrimas cayendo una tras otra.

Se me quedó viendo, no dijo nada, solo se acercó a mí y me abrazó.

Lo empujé y le pegué en el pecho.

—Quítate, quítate, porque sabes perfectamente cómo haceme sentir vulnerables a vos, ¿por qué sabes cuál es el problema conmigo? Que yo nunca he recibido amor, entonces a la más mínima muestra de cariño, me siento el ser más especial y no quiero perder esas pizcas de cariño, soy lo que dice mi amiga Mary, un perrito callejero, que al llegar a un lugar donde le dan un poco de comida, ya no quiere irse, ¡y yo no quiero ser tu perro callejero! ¡Me niego a serlo!— grité.

—Liss, déjame quedarme— dijo.

—¿Para qué? Para que cuando aparezca alguien mejor que yo vuelvas a irte sin decir nada, para que vuelvas a dejarme, todo el tiempo dices que son solo reproches, que solo te reclamo, pero decime, ¿qué me has dado vos para que deje de hacerlo? ¿Qué has hecho vos para que deje de dolerme? Siempre pensas solo en vos, la que te aguanta todo soy yo, y siempre decís que no querés que me vaya, que no queres perderme, pero cuando me voy no te importa, te da igual, entonces yo no puedo seguir nadando contracorriente, llevando el peso muerto de tu egocentrismo, tu narcisismo y tu egoísmo, ya no puedo, porque en mi lucha por salvar tu barco de que se hunda, me estoy hundiendo yo, y morir por amor ya no está en mis planes, Iñigo.—

—Déjeme demostrarte que esta vez será distinto, dame el beneficio de la duda, déjame quedarme y verás que no volveré a hacerte a un lado por nadie más— dijo dando un tierno beso en los labios.

Inhalé profundo no respondí, nos fundimos en un beso, me llevó hasta la mesa, me tomó de la cintura y me sentó en ella, se metió entre mis piernas, besaba mi cuello, yo buscaba abrir su bragueta con desesperación, no dejábamos de besarnos, tomó mi vestido, lo sacó, dejándome en ropa interior, quité su saco, su corbata, quité su camisa, el liberó mis pechos del sostén, sin quitar el sostén, los lamía, los mordía, los jalaba, yo gemía, su pantalón cayó hasta sus tobillos, él me vio y sonrió, —pídelo— susurró, me acerqué a su oreja la mordí, —cø-gəmə quiero ser tu pū-tā— susurré, su respiración fue más fuerte y rápida, hizo a un lado mis bragas, y me penetró con fuerza, tomándome de mis pechos, empujaba con fuerza yo me incliné hacia atrás, me sujeté de la mesa, los dos temíamos, —¡qué rico, pū-tā!— dijo, empujando con más fuerza, sus tēş-tī-cū-løš chocaban contra mí, el sonido de su sexo, entrando en mi sexo inundado por la excitación era algo delicioso, me incorporé, salió de mí, me tomó de la cintura, me bajó de la mesa, me dio vuelta, me recostó sobre la mesa, me tomó del cabello con una mano y con la otra tomó su sexo, entrando en mí de golpe, mientras me jalaba del cabello, y me daba una nalgada, ¡joder! Dijimos los dos, llegando al clímax entre gemidos, callo encima de mí, —qué rico, me encanta— dijo, mordiendo mi hombro.

Continuará...

- Lissbeth SM.

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