NUNCA DIJE "SI"

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CARTAS AL MARINERO (Capítulo 26)

Llegó el gran día, todos salieron al salón, me quedé con mamá y mi abuelo en casa, hasta que el auto llegó por nosotros, salimos de casa, subimos al auto y nos dirigimos al salón, la boda inició a las 9:00 p.m. dos horas después de la hora prevista, bajamos del auto, el salón estaba lleno de familia y amigos, en cuanto puse un pie en la entrada, la marcha nupcial empezó a sonar, mamá y mi tía Anastasia acomodaron mi vestido, mi abuelo me tomó de un brazo y mamá del otro, en cuanto entré vi a Hernán parado al fondo, frente a mí estaban Savannah y Darwin con los cojines, y frente a ellos Jordana que era la dama de honor empezaron a caminar hacia el frente, y en cuanto llegaron, tenía que entrar yo, me sujeté fuerte a mi abuelo y mamá, y caminamos juntos hacia el altar, mis tías sonreían al verme pasar al lado de ellas, llegamos al altar, y me entregaron a los brazos de Hernán.

«No sé, tal vez si mamá hubiese sabido al monstruo al que le estaba entregando a su primer hija, a su niña, a esa pedacito de ella que llevó durante nueve meses en su vientre, tal vez nunca me hubiese casado con él, tal vez me hubiese apoyado en estudiar y cumplir mis sueños, tal vez hoy en día sería más feliz y menos rota, pero eso nunca lo sabré, de lo que si estoy segura es que si pudiera regresar el tiempo no cambiaría nada, soportaría todo, por lo que está por llegar dos años después de esta maldita boda.»

Hernán me vio y me abrazó, los padres de este sonreían mucho, nos sentamos frente al juez que inició la boda diciendo cuales eran mis responsabilidades como esposa, y las de Hernán como esposo, el juez nos unió en matrimonio civil, todos aplaudieron, luego de eso vino el momento de la boda religiosa, el pastor bendijo el hogar que estábamos por iniciar, —lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre, los declaro marido y mujer, puedes besar a la novia— dijo.

Hernán se acercó a mí, levantó el velo, y me dio un pequeño beso, todos aplaudieron, nosotros sonreímos, bajamos del altar, nos sentamos en la mesa de los novios, Oriana estaba en nuestra mesa, y desde que empezó la ceremonia no dejaba de llorar y su esposo Marcelo la abrazaba, hasta el día no hoy no sé porque lloraba esa estúpida, si gracias a ella a mí me habían encontrado, comimos, bebimos y ella no dejaba de llorar, partimos el pastel, terminó la boda y esa mujer no dejó de llorar.

Llevamos a toda la familia a casa de mamá, nos iríamos a un hotel en el siguiente pueblo, pero ya era muy tarde y no nos dejaron, y no tendríamos luna de miel porque mamá se iría para Estados Unidos dos días después de la boda y yo cuidaría a mis hermanas.

Así que obedecimos y nos fuimos a un hotel de nuestro pueblito, yo había comprado un camisón de seda, color fucsia, entremos a la habitación del hotel, fui al baño, quité mi vestido, me puse el camisón, aún no estaba lista para perder mi virginidad pero ya estaba casada y era mi "deber", salí del baño, Hernán me vio y sonrió, se acercó, —que sea rápido, porque estoy cansado y quiero dormir— dijo, acercándose a mí, besando mi cuello, —aún no, por favor— dije.

—Estoy cansado de esperarla, ya es mi esposa— dijo, quitando la bata de mi camisón y lanzándome a la cama, se desvistió frente a mí, se metió entre mis piernas, tomó su pē-nə y lo introdujo en mí, no puse resistencia, pero tampoco dije que si, solo fui como un trapo sobre la cama mientras él me penetraba...

Tenía quince años cuando perdí la virginidad, y no dolió el cuerpo, pero aún duele el recuerdo.

- Lissbeth SM.

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