NO ROMPAS ESA PROMESA

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CARTAS AL MARINERO (Capítulo 100)

Ver a Servin en la entrada de mi casa, hizo que todo el cuerpo se me erizara, sentí angustia, algo en mi pecho dolía, me faltaba el aire, no quería preguntar pero debía hacerlo, debia saber que pasaba.

—Servin, ¿qué haces aquí? ¿Dónde está Andrés? Lo estoy esperando y el nunca llega tarde— dije.

—Lissbeth por favor, tranquilízate, tenés que ser fuerte— dijo Servin.

—No me pidas que me calme, y déjate de rodeos, y decime que está pasando, ¿por qué estás vos aquí y no Andrés?— Pregunté.

—Liss, es que pasamos por el río ese al que te gusta ir a nadar y al otro lado del río Andrés vio una flor roja, y dijo que seguramente te gustaría, y que sería el regalo perfecto de aniversario, así que decidió ir por la flor, y no sé que pasó o como pasó Liss, pero resbaló y cayó al agua y pues como sabes el no sabe nadar, y no lo encontramos Liss, llevamos más de dos horas buscándolo y no lo encontramos Liss, no aparece— dijo.

Se me vino el mundo encima, sentí que el corazón se paralizó, —pero aún no lo encuentran él está vivo, llévame al rio, por favor— supliqué.

—No Liss, no creo que eso sea oportuno, espera aquí y yo te iré informando— respondió.

—¡Qué me lleves al río, ahora!— grité.

Servin accedió, subí al auto, mi siquiera me di cuenta como iba vestida y los zapatos que utilizaba, solo quería llegar al río, pasaron unos quince minutos antes de llegar, quince minutos que se sintieron como años.

Bajé corriendo en cuando llegamos, los tacos me impedían correr rápido, los quité los aventé a un lado, llegué a la orilla del río, ahí estaban todos los amigos de Andrés, su hermano Cristián, que en cuanto me vio correr hacia ellos fue a mi encuentro, y me abrazó.

—No te hagas esto, ve a casa, lo vamos a encontrar te lo prometo, pero vete de aquí— dijo.

—Esto es mi culpa, esto pasó por mi culpa— dije, llorando.

—No fue tu culpa, vos no le pediste esa flor, él la vio y la quiso para vos, así que no te culpes por una desición que él tomó— dijo Cristián.

—Voy a buscarlo, déjame entrar al río, yo sé nadar y soy buena haciéndolo— dije en medio de sollozos.

—No Liss, es de noche no se ve nada, así que no puedo dejar que hagas eso, vas a esperar aquí— dijo.

Los veía a todos con linternas, gritaban su nombre y cada vez que lo hacían parecía que me clavaban una espina en el corazón.

La noche transcurrió lenta, la más lenta de todas, a eso de las 3:00 a.m. había empezado a llover, el río estaba creciendo, ahora sería más difícil encontrarlo.

Estaba amaneciendo cuando escuché un grito, —lo encontré— gritaron, río abajo.

Salí corriendo, pasé en medio de todos, me lastimaba los pies con las piedras, y no sentía dolor, solo quería llegar y verlo sonreír, no sucedió, cuando me acerqué más, vi que a la orilla del río entre las piedras flotaba un cuerpo, boca abajo.

Cristián lo estaba tocando, y en cuanto escuchó mi llegada, —saquenla de aquí— gritó.

—¡No se atrevan a tocarme!— grité aún más fuerte que él.

Pasé al lado de todos, nadie me tocó, pasé al lado de Cristián, me metí al agua, me dejé caer y tomé el cuerpo, estaba vestido con un traje negro, le di vuelta y el corazón se me destrozó.

Era Andrés, estaba tan pálido, con sus ojitos cerrados, y sus labios morados, lo traje hacia mí, lo tomé entre mis brazos, le di un beso, y ya no había calor en sus labios, ya no había calor en su cuerpo, estaba tan frío, lo abracé fuerte y besaba su frente, —mi amor, abre tus ojos, abre tus ojitos, vamos a cenar, Andrés abre los ojos, vos prometiste que no me ibas a dejar, no me rompas esa promesa, abre tus ojos amor, por favor, no me hagas esto, no nos hagas esto, mi amor vamos a casa, hace frío aquí, estás frío por eso, ponte de pie y vamos a casa, yo te preparo una sopa, ¡maldita sea Andrés abre los ojos!— grité, mientras lo abrazaba, y le daba besos en sus labios sin vida.

—Liss ven, sal del agua, tenemos que aceptarlo, por favor ven— dijo Cristián.

—¿Aceptar qué Cristián? Déjanos en paz, amor vamos a casa, todos nos están viendo, vamos ponte de pie.—

—Está muerto Liss, ¡está muerto, se ahogó!— gritó Cristián, tomándome del brazo y sacándome del agua con brusquedad, para luego abrazarme.

Me desmoroné, me vine abajo, y entonces me volví loca.

—¿Cuál era la flor que le gustó? ¿Dónde está?— grité.

Empecé a caminar río arriba, buscándola, cuando la vi, me lancé al río, Cristián intentó detenerme, no pudo, cruce nadando, tomé la flor, la arranqué de raíz, y salí del agua con ella en mano, Cristián me esperaba fuera, me tomó entre sus brazos y es lo último que recuerdo.

Continuará...

- Lissbeth SM.

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