EL CHIQUERO Y SUS PUERCOS

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CARTAS AL MARINERO (Capítulo 28)

Sentí cuando llegó a la cama, se metió en ella, no me dijo nada, solo me dio la espalda, ni siquiera me abrazó, no me pidió disculpas, las siguientes semanas serían difíciles, nunca creí que vivir con Oriana, y vivir tan cerca de la casa de mi suegra sería tan difícil y nefasto, tampoco imaginé que me sería tan difícil complacer a Hernán.

En la cocina de la casa había una pila con dos lavaderos, así que decidimos que uno sería mío y el otro de Oriana para poder lavar platos, estaba mi mueble para guardar los platos que me lo había regalado mamá, y habían dos estufas, la de Oriana y la mía, cada una tenía su cuarto, con el pequeño inconveniente de que mi cuarto es que no tenía puerta, que difícil era mantener esa casa limpia, mis cuñados eran unos puercos, estaban acostumbrados a dejar todo tirado, y por vivir a unas cuantas casas se la pasaban metidos en la nuestra, luego Oriana no le había enseñado a su hijo Christopher a ser ordenado con sus juguetes, y ella acumulaba platos sucios hasta que ya no tenía más limpios y empezaba a utilizar los míos, porque cuando yo buscaba mis platos u ollas y no los encontraba, sabía que estaban bajo su montaña de platos sucios y empezaba a lavarlos para dar con los míos, luego el corredor de la casa era enorme, lo barría y luego trapeaba y no tardaba limpio ni una hora, porque mis cuñados hacían su puerquero y nadie les decía nada.

Lo peor de todo era que, Hernán me daba para la semana Q.80.00 (diez dólares aproximadamente) y yo tenía que cocinar desayuno, y almuerzo, comprar jabón, aceite, azúcar y papel durante 7 días, porque a cenar siempre íbamos donde mi madre, era tan difícil hacer que ese dinero rindiera, tenía que racionar todo bien, cocinaba y si sobraba comida la dejaba tapada sobre la estufa, para el siguiente día, pero para cuando regresaba de casa de mamá se la habían comido, y según nadie había sido, luego Oriana entraba a mi habitación y se ponía mis zapatos, usaba mis lentes y mis bolsas, eso me molestaba tanto, porque no me pedía permiso, también se ponía a lavar y usaba mi jabón, muchas veces no alcancé a llegar a terminar la semana con el dinero que me daban porque ellos se comían todo, y me tomaban todo, ¡malditos parásitos!

Llegaba a llorar a casa de mamá, y ni siquiera sé cómo fue que empecé a cambiar mi forma de vestir, a Hernán no le gustaba que usara faldas pegadas, tampoco pantalones, no me dejaba cortarme el cabello, y menos me dejaba maquillarme o depilarme las cejas, empecé a ser una chica de 16, con apariencia de señora de 40, para mis 16 solo me dijo feliz cumpleaños, no hubo una comida, no hubo nada, pero valdría la pena, faltaban 6 meses para que iniciara la universidad.

Dejé de salir a la calle, a donde sea que quiera ir, a comprar cosas de la casa o para la comida, él me llevaba, cuando llegaba a comer me llevaba donde mamá, y ahí me dejaba toda la tarde, yo me quedaba jugando con Savannah, viendo televisión, o ayudándole a mamá, mamá ya no me gritaba tanto, y tampoco me golpeaba, pero siempre toda la atención era para Hernán, en la noche él llegaba a cenar, y después nos íbamos a nuestra casa, el sexo no era bueno, yo no sentía nada, absolutamente nada, pero yo creía que eso era normal, porque no había estado con otro hombre.

De repente algo empezó a ir mal, mi menstruación era demasiado abundante, y me daba demasiado dolor, no podía ni moverme, porque me empapapa, todos decían que exageraba, hasta que la menstruación me tardó 3 meses, entonces me llevaron al hospital, me internaron de inmediato, pero los médicos no sabían que tenía, me ingresaron a la sala de maternidad, era la única de esa edad en la sala, todas eran señoras, pero a decir verdad me trataban bien bonito, y me sentía feliz y querida, se que lo que estoy por decir es extraño pero yo no quería salir del hospital, ahí nadie me gritaba, me trataban bonito, yo no tenía que limpiar las porquerías de nadie, ni tenía que preocuparme por hacer rendir dinero para que no me gritaran, yo no me cuidaba porque Hernán no quería, pero afortunadamente no quedaba embarazada.

Los médicos me dieron de alta, porque dijeron que no tenía nada que todo era causado por el estrés, pero para que me entiendan lo abundante que era la hemorragia, yo utilizaba 6 o 7 paquetes de toallas nocturnas al día, de la noche mejor ni hablamos.

Tanto sangrado me tenía mal, yo no quería salir de la cama, pero Hernán me levantaba a lavar, limpiar, cocinar, estaba tan cansada de lo mismo, así que un día después de limpiar, y que a mis cuñados no les tomara ni una hora ensuciar de nuevo, me cansé, fui a la sala donde ellos estaban jugando, me paré frente a ellos, —estoy harta de ustedes, son unos puercos, malditos me tienen hasta la madre, ¡se van de mi casa ya!— grité.

—Esta ni casa suya es, usted no manda acá, es de Oriana, usted está de arrimada— me dijo Javier.

—¿Ah, no? ¿Querés ver que sí?— dije tomándolo del brazo a él y su hermano Sergio sacándolos de la casa, no sabía yo el error que acaba de cometer, me fui a mi cuarto a doblar ropa, no habían pasado ni 30 minutos cuando se abrió la puerta de la calle, —Lissbeth, ¿dónde está?— gritó Hernán, —en el cuarto, respondí ingenuamente—

Lo vi entrar, me puse de pie para saludarlo, y oh sorpresa, me sorprendió dándome un bofetada, —¿usted que mierda se cree para tratar a mis hermanos así?— dijo tomándome del cabello y dándome un golpe en la espalda.

—Estoy harta de estar limpiando este chiquero, porque sus hermanos no saben ser limpios, ¿ya vio como tienen el corredor? Y yo acababa de limpiarlo— dije entre lágrimas.

Me llevó tomada del cabello hacia el corredor, me tomó con más fuerza del cabello para luego aventarme al suelo, cayendo yo encima de juguetes y ropa sucia, —pues limpie cuantas veces sea necesario que es lo único que tiene que hacer, y para eso me casé con usted— gritó saliendo de la casa, mientras yo me quedé levantado todo aquel tiradero.

Continuará...

- Lissbeth SM.

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