Ser mejor amiga de Scorpius Malfoy fue de las mejores cosas que le pasó en la vida.
Conocer a su padre fue su perdición.
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Fecha de publicación: 17/09/2021
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𝓔 | ESME STANFORD
Eran las ocho de la noche, y finalmente había llegado a Londres después de un largo viaje en tren. Comenzaba a preguntarme qué tan inteligente había sido decidir que volvería a Hogwarts para luego volver acá con Draco y Scorpius.
Quizás sólo podría mandarles una carta a cualquiera de ellos y decirles que mejor nos encontráramos acá, sonaba mucho más eficiente que pasar casi cinco horas con el trasero aplastado y mirando a la nada, sólo para volver un día después.
Salí rápidamente del vagón de tren, junto a muchos otros estudiantes que volvían de la escuela para pasar las fiestas junto a sus familias. Ninguna persona conocida había venido conmigo, pero tuve la suerte de encontrar un compartimento vacío para ir durmiendo plácidamente la mayoría del viaje. En mi mano iba el regalo que Albus me había hecho, junto al de Scorpius y Jade.
Este último me había sorprendido para ser sincera, pero tuve suerte de también haberla considerado en mis compras navideñas.
El regalo de Draco lo tenía guardado, para entregárselo cuando nos viéramos de nuevo. No era algo muy costoso ni nada por el estilo, pero me hubiera sentido culpable si no le compraba algo.
Miré a mi alrededor, buscando a alguna de las personas encargadas de sacar el equipaje del tren. Caminé rápidamente, haciendo la fila y esperando pacientemente a que me pasaran mi maleta.
Rufus se había quedado con Draco en Hogwarts, con la excusa de que podría tener a sus gatitos en cualquier momento - lo cuál tenía sentido por completo, siendo sincera.
Cuando finalmente tuve mi equipaje en mi mano, quité mi varita de mi cabello, lanzando un hechizo sobre él para que no pesara tanto. Tenía que pasar aquella muralla rara para llegar a donde se suponía mi abuela me iría a buscar.
Me disculpé con uno de los estudiantes que pasé golpeando con el carrito que traía, maldiciendo al haberme golpeado el pie a mí misma también en el acto.
—¡Graciela! —La voz de mi abuela sonó a mi lado apenas crucé la muralla encantada que me llevaba entre las plataformas 9 y 10 de la estación.
Rodé los ojos sonriendo al escuchar cómo me había llamado. Era mi segundo nombre; claramente me lo había puesto ella, y era su orgullo más grande.
—Abue, te dije que no me llames así, no en frente de tantas personas —gruñí, acercándome a ella, y dejando mi carrito a un lado para envolverla en un fuerte abrazo.
—Es una pena que no te guste ese nombre tan lindo, hija, ¡y con todo el amor que lo elegí! —dijo dramáticamente mientras me devolvía el abrazo con fuerza—. Te extrañé mucho, mi pastelito.
—Abuela —dije en un tono severo, ahora avergonzandome a mí misma ante los variados apodos que de seguro comenzaría a usar ahora que me tenía a su lado—. Igual te extrañé, mucho —respondí, separándome de ella para observarla.
