Ser mejor amiga de Scorpius Malfoy fue de las mejores cosas que le pasó en la vida.
Conocer a su padre fue su perdición.
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Fecha de publicación: 17/09/2021
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𝓔 | ESME STANFORD
Después de dos exhaustivas horas, y cincuenta preguntas realmente estresantes, pude salir del primer examen que di para mi pasantía en Francia.
Tenía suerte de tener una gran capacidad de enfocarme en las cosas que hacía, porque realmente no hubiera podido responder una sola pregunta debido a que la lluvia chocaba de tal manera que llegaban a retumbar mis oídos del dolor.
¿Por qué no ponían hechizos para eso? Repito, somos magos.
Eran ya las once y media, y tenía la suerte de que tenía toda la mañana libre; gracias a McGonagall. En el salón había seis personas más dando el examen conmigo, y raramente yo había sido la primera en salir.
Era una de esas ocasiones donde no sabía si sentirme inteligente o preocupada... es decir, si tuve la facilidad de responder todo antes que ellos, ¿qué significaba?
Sólo quedaba esperar lo mejor, supongo.
Al momento de ver todas las preguntas, me di cuenta que las sesiones de estudio con Draco realmente me habían ayudado a asegurar por lo menos cuarenta de las cincuenta preguntas que tuve que responder.
Suspiré profundamente, caminando a paso lento por el pasillo del primer piso del castillo.
Nos habían mandado a rendir la prueba en el salón que sobraba allí; y repito, el salón era en el que más pegaba la lluvia con fuerza. Me atrevía a decir que hasta habían caído granizos.
Miré a mi izquierda, donde estaba la puerta de la psicóloga del colegio. Recordé que al siguiente día tendría que ir después de clases, pues eso habíamos acordado la semana anterior.
Y claro, después de hablar con ella, era libre de ir a estar con Draco toda la noche si es que así se daban las cosas. Tener dormitorio sola tenía sus ventajas, y eso era que nadie te cuestionaba cuando no llegabas a dormir allí.
Incliné mi cabeza a un lado algo confundida cuando vi la figura del platinado doblar a la distancia, ahora dirigiéndose a pasos rápidos hacia mí. Miró a sus lados rápidamente, sin dejar su ritmo rápido.
No se veía feliz; es más, lucía muy preocupado.
Fruncí el ceño, también acelerando mis pasos hacia él, hasta que finalmente nos encontramos a la mitad del pasillo.
—¿Draco?
—Señorita Stanford —dijo en un tono de voz más alto, aclarando su voz.
De inmediato me di cuenta de que no podía simplemente llamarlo por su nombre en medio de un pasillo, donde obviamente iba a transitar gente en cualquier momento.
Pestañeé un par de veces, antes de acomodar mi bolso sobre mi hombro y enderezar mi cuerpo.
—¿Señor Malfoy? —respondí, esta vez en un tono más neutral.
