Ser mejor amiga de Scorpius Malfoy fue de las mejores cosas que le pasó en la vida.
Conocer a su padre fue su perdición.
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Fecha de publicación: 17/09/2021
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𝓔 | ESME STANFORD
—¿Por qué siempre nosotros? ¿Por qué no a niños de primer año? —se quejó Albus a mi lado, mientras caminábamos hacia esa extraña sala que se aparecía por mitad del pasillo de la nada.
—Porque McGonagall sabe que la conocemos, ahora deja de quejarte —golpee su brazo, buscando con la mirada el lugar exacto donde debíamos pararnos para hacerla aparecer.
Era viernes por la tarde, y la profesora nos pidió amablemente a Albus y a mí que fuéramos a buscar unas cuantas escobas de repuesto para la clase de quidditch de los chicos de primer año.
Que no tuviera problemas con que supiéramos de la existencia de la Sala de Menesteres era un beneficio, pero también una maldición.
—Bien, bien. ¿Irás hoy a la fiesta de Hufflepuff? —me dijo mi amigo mientras cerraba mis ojos e intentaba concentrarme.
—¿Podrías callarte dos segundos? —lo interrumpí, causando que diera un paso hacia atrás asustado—. ¿Y por qué hacen fiestas cada fin de semana? Es estúpido.
Se quedó en silencio, hasta que finalmente la puerta se materializó frente a nosotros. No me impresionó la manera en que Albus había reaccionado; había estado así toda la semana.
O por lo menos desde el miércoles en la clase con Draco. Sabía que estaba haciendo todas esas cosas por molestarme; pero si habíamos terminado lo que fuera que tuviéramos, prefería que me ignorara.
Sí, ahora quería eso. Puedo cambiar de opinión.
Además, ¿qué era eso de que de repente, todas las estudiantes le coqueteaban descaradamente?
Señor Malfoy esto, Señor Malfoy aquello. ¿Acaso les faltaba una neurona que no podían hacer un sólo hechizo solas?
Y yo sabía que eran chicas que rara vez fallaban en un encantamiento.
—Es el cumpleaños de alguien, pero no estoy seguro quién. Estamos invitados de todos modos, todos nosotros —explicó, mientras comenzábamos a caminar por un pasillo rodeado de cosas amontonadas.
—¿Y llegaremos sin regalo? —me quejé cuando tropecé con un pedazo de tela tirado en el suelo—. Mierda, ¿hace cuánto no limpian este lugar?
—Esme, no creo que este sea un lugar que se limpia. Ni siquiera sale en el mapa —explicó, observando con curiosidad a su alrededor—. Podríamos ver si podemos llevar algo de aquí como regalo.
—¡Ni siquiera sabes quién está de cumpleaños! —Me reí, buscando con la mirada las escobas que la profesora McGonagall nos había encargado—. Iré por allá, ¿sí?
—Nos vamos a perder —me advirtió, a lo que simplemente rodé los ojos.
—Al, créeme que nos vamos a escuchar si es que nos gritamos... además —apunté a una estatua rara y enorme, que llegaba casi al techo del gran lugar—. Ese va a ser el punto de referencia cualquier cosa, será imposible perdernos —traté de calmarlo, a lo que él me siguió mirando dudoso.
