07 Regalos

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Caminando sin prisa ninguna, el inquisidor se disponía a llevarme de regreso a mi habitación, sin embargo su elección de pasillos y corredores no era exactamente la más óptima.

— no es por aquí. Tenía que ir por el otro pasillo.

Dije sabiendo que iba a ser ignorada.

— ohh, ¿de verdad? Estoy completamente seguro que era por aquí, o al menos eso creo, estos pasillos son todos iguales.

Justo al terminar de decir esa palabras, un pequeño grupo de sacerdotes pasó en sentido contrario al nuestro, y el inquisidor soltó su ya típica sonora carcajada, llamando la atención del grupo.

Un leve cuchicheo se pudo escuchar mientras el grupo se alejaba por el pasillo, claramente, estaban hablando de mí y el inquisidor, aunque lamentablemente, no de la forma en que le hubiera gustado.

El objetivo del inquisidor con sus largos paseos es bastante simple, hacer que la gente me vea con él, y así todos vean que solo soy una niña ordinaria. Sin embargo, algo con lo que él no contaba era que la opinión que la gente tenía de él no era tan buena como creía.

Durante todas mis vidas el viejo ex inquisidor siempre fue un misterio. Nunca entendí sus razones para dejar la iglesia, y porque pese a todo su reemplazo Arturuz, gozaba de un mayor reconocimiento en las altas esferas.

Si algo he podido aprender ya sea en la conversación que le escuché con el arzobispo, y lo que he podido ver en estos 4 años. Es que el viejo Caesar respeta la vida. Desprecia a los asesinos como también desprecia el acto de matar, eso puede ser una cualidad muy hermosa en muchas personas, pero no es la mejor cualidad que puede tener un inquisidor que a grandes rasgos es la espada de la iglesia.

Su firme determinación a no matar a no ser que sea estrictamente necesario, le ha causado eternas rivalidades con los altos mandos, que ven el asesinato como la forma más rápida y fácil de terminar un problema.

Es por eso que pese a todo Arturuz tiene una mejor reputación, ya que él siempre antepone las órdenes a sus opiniones personales. Ya que al final del día, ¿Qué prefieres? ¿Una espada sin filo que nunca hace lo que le dices? ¿O una menos decorada pero que cumple su objetivo de matar con creces?

Al cruzar por otro pasillo que nos llevará al camino correcto, otro grupo de sacerdotes pasó por nuestro lado, y una vez más, pude escucharlos cuchichear sobre lo poco ético que era ver al inquisidor con la niña de la túnica negra. Sin embargo, pese a que también los escuchó hablar, el inquisidor se limitó a soltar una sonora carcajada, y continuar caminando.

Finalmente, después de mucho tiempo de dar vueltas innecesarias, llegamos frente a mi habitación, donde la hermana Kren nos estaba esperando con una bandeja y una cara enojada.

— tardaron mucho, pero ya se divirtieron, necesito que me des a la niña para que...

Ignorando completamente a la sacerdotisa, el inquisidor me bajo de sus hombros y tomó la bandeja antes de abrir la puerta.

— Muchas gracias hermana, ya puede retirarse. Me encargaré de cuidar a la pequeña, puede irse a descansar si así lo desea.

La mujer se quedó de piedra y cuando quiso reaccionar, tenía una puerta cerrándose en sus narices. Por un par de minutos, solo se pasó golpeando la puerta e intentando abrirla, pero estaba cerrada a cal y canto por una barrera.

El inquisidor colocó la bandeja sobre la mesa, mientras tomaba su taza de té.

— Eso la mantendrá ocupada un rato.

Soltó riendo entre dientes y bebiendo su té dejando gotitas en su espeso bigote.

Sin más que hacer, tomé el vaso de leche y me senté en mi catre a comer el pan que me había regalado.

Intentos Infinitos "2"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora