34. El fruto de la vida.

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Antes de entrar al bosque, la noche estaba en todo lo alto y apenas se podía ver que había delante de uno, sin embargo, mientras más me adentraba en lo profundo de la maleza, donde los árboles eran tan altos que no deberían dejar pasar la tenue luz de la luna, curiosamente, se volvía se hacía más claro y la visibilidad mejoraba.

Paso a paso, se hacía más evidente que el bosque estaba vivo, las hojas de los árboles se movían de una manera antinatural que iba muchas veces en contra de la brisa que soplaba. Cientos de ojos me observaban avanzar y parecían registrar hasta el menor de mis movimientos, y por sobretodo, extraños e indescifrables susurros se escuchaban por lo bajo.

Mientras avanzaba, a los lados del camino extraños arbustos empezaron aparecer, y entre sus hojas, frutos de un tono armarillo dorado crecían en ellos.

Casi como para tentarme, uno de los frutos cayó de entre un arbusto y rodó hasta quedar a mis pies. Sin especial interés lo recogí y lo observé, se parecía mucho a una manzana, desprendía un olor bastante dulce y tenía un aspecto apetecible, sin embargo, pese a mi inmunidad a los venenos, algo muy dentro de mi me decía que ni loca debía darle la más mínima mordida.

Dejando caer la manzana al suelo, pude escuchar una tenue risita, así que atendiendo de donde provenía el ruido, comencé a caminar en su dirección.

Mientras más avanzaba, la risita se hacía más intensa, y de vez en cuando, se ponía a tararear una canción. La voz en cuestión sonaba femenina, y muy joven, perteneciendo a una adolescente o una niña. Sin embargo, a la dueña de la voz le gustaba jugar, ya que no dejaba de guiarme a callejones sin salida. Constantemente me hacía caminar hasta lugares bloqueados por un peñasco o una maleza infranqueable, y cuando ya no tenía cómo seguir avanzando, simplemente se reía y me hacía ir en otra dirección.

Entendiendo que la dueña de este lugar quería jugar antes de encontrarse contigo, di un largo suspiro, llevé mi pulgar a mi boca y usando mis dientes me hice un corte.

Una vez frente a uno de los arbustos llenos de fruta, levanté mi mano, y dejé caer varias gotas de mi sangre. Apenas unas tenues manchas rojizas aparecieron en las brillantes hojas verde esmeralda, un gritó se escuchó en todo el bosque, y los árboles empezaron a sacudirse de una manera violenta y antinatural.

Apretando mi pulgar, varias gotas más de sangre cayeron. En ese momento, las frutas se empezaron a secar y las hojas se oscurecieron hasta caerse. Avanzando con la mano levantada, gotas de mi sangre caían encima de los arbustos que morían a los pocos segundos.

El gritó se hacía más intenso, y mucho antes de que llegara a ellos, los arbustos empezaron a encogerse hasta desaparecer, sin embargo, en un rápido juego de manos, logré tomar una de las manzanas y guárdala en mi inventario antes que de que todas se ocultaran.

Ante mí, un camino limpio sin maleza u obstáculos apareció, sabiendo que le había quitado sus ganas de jugar de mala manera, camine por el sendero mientras me llevaba mi pulgar herido a mi boca y lamía mi propia sangre.

Al poco tiempo, el ambiente se hacía cada vez más claro, y la vegetación se hacía más exuberante y exótica. Flores de colores brillantes que no deberían existir en esta parte del mundo, árboles tan altos que era incapaz de ver la copa de los mismos, y a la distancia, una especie de enorme botón de flor de donde provenía una voz que tarareaba.

Llegando hasta el botón, en el interior vi a una mujer. Era joven, y estaba completamente desnuda, sin embargo, era más que obvio que no era humana. Su piel era de un tono verdoso, y su cabello eran largas enredaderas que en algún punto penetraban en la tierra, y parecía conectarla con todo el bosque.

La "mujer" en cuestión, estaba acostada mientras tarareaba y acariciaba una de sus manos que parecía haberse marchitado.

Al sentirme llegar, mirándome únicamente de reojo, volvió su atención una vez a su mano marchita y dijo.

Intentos Infinitos "2"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora