23. La barcaza de Ibaldi

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Ignorando las monedas que se le habían sido ofrecidas, la pareja saludaba a su audiencia por separado, el hombre, con exagerados y elegantes ademanes ofrecía ramos de flores a las mujeres ahí reunidas, mientras la mujer, jugaba y reía con los niños mientras de cuando en cuando ofrecía miradas seductoras a los hombres que se mantenían a una distancia prudencial que les permita no perderla de vista.

Por su parte, Beatrix permanecía en pie en su lugar, observando a la pareja con una mirada que me era imposible de describir.

¿Notará que hay algo raro con ellos? Me preguntaba una y otra vez.

Poco a poco, la multitud empezó a dispersarse, ahuyentados por el frío que asolaba la tarde. Había la última mujer lanzado su último suspiro ante tal galante caballero, y había el último hombre dedicado una mirada de deseo a la exuberante mujer, cuando finalmente los cuatro éramos las últimas personas en la pequeña plazoleta.

Una mirada de complicidad y una sonrisa de picardía fue intercambiada por la pareja, claramente notando nuestra presencia y caminando en nuestra dirección. Por su parte, Beatrix seguía de pie firme cual estatua. Circulando mil y un pensamientos imposibles de descifrar por su cabeza.

Con el elegante caballero del traje blanco a nuestra izquierda, y la hermosa mujer del vestido negro a nuestra derecha, ambos hicieron una reverencia.

— ohh, ¿disfrutaron de nuestra improvisada presentación?

Comenzó a decir la mujer que fue rápidamente interrumpida por el hombre.

— ohh, quería mía, tal vez no lo notaste, pero está singular pareja llegó justo al final. Llegaron justo al cierre, pero se perdieron el crechendo.

Escucharlos de frente es tanto o más molestó que escucharlos retumbando en mi cabeza.

Aún con la habitual mirada de hielo, Beatrix me bajo de sus hombros, y me devolvió a sus brazos.

— fue... un espectáculo curioso...

Declaró antes de volver a ponerse en marcha.

Cortando el paso, la mujer se puso en el camino.

— ¿Pero cuál es la prisa? ¿Qué asuntos tan urgentes deben ser atendidos en una tarde tan tranquila?

— no es de su incumbencia.

Declaró Beatrix cortante, apartando a la mujer de su camino.

— oh, ¿Y porque no sería de nuestra incumbencia? Como podemos observar a una joven madre, tan devota como para ceder todos sus abrigos a su pequeña hija...

— Ella no es mi hija.

Declaró con Beatrix con una voz más fría que el invierno mismo.

— su hija, su hermana, no importa la verdad. Simplemente queremos saber si podemos ser de alguna utilidad.

Dijo la mujer que volvió a cortar el paso.

Suspirando, convencida que sería más rápido dejarse ayudar que intentar ahuyentar a la pareja, me miró a los ojos buscando mi opinión, y con una mirada le indiqué que les pregunte.

— Estoy buscando una tienda de especias e importaciones. Se llama la barcaza de Ibaldi, y estaba convencida que estaba por está calle, pero estoy algo perdida al parecer.

Dando una mirada melancólica a su alrededor, Beatrix terminó su explicación con un comentario triste que no iba dirigido a sus interlocutores si no, para sí misma.

— Tal parece que ya no conozco la ciudad.

Un leve silencio hubo entre la pareja que se limitó a sonreír entre ellos, e intercambiar miradas pícaras.

Intentos Infinitos "2"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora