54. A donde nos lleva el viento.

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La lluvia caía suave, y aunque apenas era media tarde, el cielo estaba tan nublado que daba la impresión de estar por anochecer.

Relámpagos a la distancia daban a entender que pronto aquella pequeña lluvia se volvería una fuerte tormenta.

Usando mudas extras de ropa para protegerse de la lluvia, Calibrocha viajaba en la carreta mientras avanzaba a paso ligero. A lo lejos, las siluetas de edificios eran visibles, y más que un pueblo, ante nosotras se levantaba un puesto fronterizo que con los años se le han ido construyendo un par de casas donde los soldados alojaban a sus familias, y al que hace poco se construyó una posada para los viajeros.

La frontera que tanto anhelaba, se halla frente a mí, pero lejos de encontrar jubiló, solo podía sentir melancolía.

Muchos asuntos pendientes son dejados atrás, Karris además de la mayor de mis prisiones, fue también de los más cálidos de mis hogares, y ahora escapó de ella jurando volver, pero no para saldar las cuentas pendientes, sino únicamente para hablar con una persona.

Sacando la brújula de mi bolsillo, la aguja me apuntaba a un lugar más al sur del que me dirigía, ¿Irma se había ido del reino? Me había preguntado durante todo el viaje, ya que había tenido cierta seguridad de encontrarla antes de haber abandonado Karris, pero por más que he seguido las indicaciones de la brújula, no he podido dar con ella, casi como si está viajará en la dirección contraria a la mía.

Un relámpago a la distancia me hizo volver la vista al frente, y afrontar los problemas del ahora. El pueblo estaba cada vez más cerca, y es más que posible que hayamos llegando antes de que la lluvia se haya vuelto una tormenta, es por eso que girando la cabeza, hablé a mi pequeña acompañante.

— Estamos por llegar al pueblo, ¿Está bien?

Hecha un pequeño bulto, Calibrocha no respondió, no ha dicho una sola palabra desde ese día, pero es obediente, demasiado obediente, había llegado a una sana estabilidad cuando estaba en la mansión del barón, pero temo que este nuevo trauma, la haya devuelto a las viejas andadas.

Sin esperar más respuesta de su parte, me dediqué a mirar hacia el camino, los relámpagos seguían cayendo a la lejanía, augurando una tormenta que nos dejaría paradas dos o quizás tres días. Es por eso que sacudiendo las riendas, hice la seña para que la yegua apresurara el paso, y fiel a mis deducciones, logramos llegar a las puertas de la posada a escasos momentos de que un verdadero aguacero empezará a caer.

Con mi rostro ocultó debajo de mi capucha, y tomando firmemente la mano de Calibrocha, entramos al interior de la posada. Un lugar triste y mal iluminado nos dió la bienvenida apenas las puertas se abrieron. Había alrededor de una docena de mesas repartidas por todo el lugar, de las cuales, ni la mitad estaban ocupadas. Una mujer de mediada edad con cabello canoso y un delantal gris estaba detrás de la barra, y apenas levantó la vista al vernos entrar.

Al acercarme a ella, con mal humor y no exactamente mucha hospitalidad me explico.

— 100 lirios la noche, 130 con cena incluida.

— Una noche.

Respondí colocando unas monedas en el mostrador y alterando mi voz para sonar como un hombre joven.

— también deje mi yegua en su establo y metí mi careta.

Le respondí, cosa que hizo qué la mujer hiciera una pequeña mueca.

— ¿No había nadie en el establo para recibirlo?

— no señora, estaba vacío salvó un par de caballos en sus cuadrillas.

Negando con la cabeza, la mujer se vio molesta y de mala gana declaró.

— Entonces serán 250.

Respondió mientras tomaba las monedas, y desviando la mirada, dió un pequeño silbido que hizo aparecer a un chico de unos 12 años de una puerta que asumía que era la cocina.

Intentos Infinitos "2"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora