Pecado capital.

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Capítulo 7

Ciara.

Me sirvieron el sándwich con papas a la francesa mientras leía en mi hora de comida, el restaurante no estaba muy lleno, era martes por la tarde y el corazón me latía fuerte cuando el recuerdo pisoteaba todo por dentro.

Buenas noches, Ciara.

No presté atención a lo que estaba leyendo, mis ojos recorrían los párrafos, pero sólo veía letras y lo escuchaba retumbante por todas las cavidades de mí cerebro, no preste atención cuando recordé que volví a tocarme pensando en él anoche y dos noches seguidas anteriores a esa. Todavía sentía la almohada debajo de mí pensando en su cuerpo caliente. No presté atención cuando mis manos eran las suyas, cuando mi saliva era la suya.

Apreté las piernas por debajo de la mesa con ese mantel color magenta del restaurante.

Él llamó el jueves pasado y no contesté, él llamó y quise hacerlo para decirle que lo sentía, pero estaba lejos de sentirlo. Tan lejos como él lo estaba de mí.

La sesión del jueves.

Tal vez iría y pediría disculpas para jamás volver.

Tal vez iría sin ropa interior para probar que tan lejos puedo llegar ante la tentación si decidía poner a prueba mi sensualidad. Poner a prueba que tan extrovertida puedo ser.

Él ya sabía lo que había hecho.

Buenas noches, Ciara.

Él ya sabía lo que provocó.

Y tal vez...podría jugar.

Era algo prohibido, pero eso me gustaba más, me excitaba y me emocionaba. Nunca había sentido este tipo de emoción mezclada con lujuria, nunca había deseado ser usada por alguien tanto como lo deseaba con él. Aunque fuera solo una vez.

***

Regresé a la oficina y el día fluyó entre papeles, juntas y gritos de Paolo hacia los demás. Sorprendentemente a mí no me gritó, no me aventó nada y no dijo una sola palabra cuando los del restaurante japones enviaron mal su pedido. Simplemente se dedicó a comer y hablar por teléfono.

—¿Quieres que mande a arreglar ese agujero en tu alfombra? — dije cuando le serví el cuarto café del día — sino arreglas eso la madera seguirá rompiéndose.

—No, no tiene importancia — respondió sin dejar de escribir en su computadora.

—La junta de las cuatro está con retraso, los clientes de HG están varados en el tráfico, Gloria llamó y quiere que cenen hoy en el Rigolett de la calle quince a las nueve, tu padre quiere verte mañana por la tarde y las copias de los documentos están en orden.

Gracias al cielo no había dicho nada sobre todos los archivos triturados y eliminados.

—Confirma a Gloria, no confirmes a mi padre, dile que saldré del país y la junta puede ser a las cinco. Prepara la sala. ¿Algo más que esté pendiente?

—No, es todo lo de tu agenda del día.

—Bien. Puedes irte si quieres. No hay nada más que necesite.

—Bien, gracias, Paolo. Hasta mañana.

Tomé el metro hasta el banco para poder enviar el cheque del mes con casi todo mi sueldo escrito en ese papel, dirigido al Hospital Central de Manchester. La falda verde oliva que llevaba hasta los tobillos se movía en dirección al viento, llevaba mis audífonos puestos y caminé sin ganas a dejar el dinero que ni siquiera pude tocar o ver. Otro mes comería sopas y pan, fideos o comida china. Daba gracias a que el despacho tenía subsidio con un restaurante de la calle de a lado para poder comer algo normal.

Los Pagano [EDITANDO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora