Cálculos y renuncia.

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Capítulo 9:

Ciara.

Por varios días consideré lo que había hecho, por varios días su sabor se quedó en mí. La sensación indescriptible al verlo contraerse en esa silla. El golpe de placer que chocó en mi cómo las olas del mar cuando rompen en las rocas filosas.

Jugué con fuego y me dejé envolver por las llamas.

Pequé y fue lo más cercano a una experiencia religiosa.

Saqué todos esos pensamientos cuando puse toda mi atención a la junta, llevaba meses esta pelea que parecía interminable, la cliente de Paolo llegó mucho tiempo antes de que me despidiera. Y estaba interesada en su caso.

—Necesitamos que asegure las ganancias para mi cliente — dijo en tono severo la mujer con el labial rosa y ropa de diseñador — él está dispuesto a entregar dos de las seis empresas automotrices a cambio de la casa de Malibú.

Típico arreglo para la típica infidelidad. Anotaba todo lo que decía mientras Paolo leía y deliberaba. Entregando juegos de documentos, leyendo, anotando y delegando a favor de la víctima en esa sala de juntas, adornada con libreros y ventanales de piso a techo por detrás de nosotros. Yo calculaba y pensaba, me gustaba jugar con los números y este caso tenía muchas cifras de por medio

Una mujer hermosa y recatada, pelirroja y con dos hijos que se concibieron en ese matrimonio fallido de diez años lloraba discretamente.

—No aseguraremos nada si no se entregan cuatro, todas las ganancias se irán al ahorro para las universidades de los infantes, para su calidad de vida y daños causados hacia la señora Harriet — contestó Paolo con su mano acariciando su barbilla mientras leía.

Crucé las piernas debajo de la mesa y seguí rayando cifras, volviendo a calcular, escuché y pensé en cómo podría derrocar a ese hijo de puta aun cuando no podría exponer nada, yo no tenía voz en la sala, no tenía poder ni voto, era sólo la asistente del abogado, arrastré los pañuelos hacia la mujer a mi lado, ella tomó mi mano y ambas en un apretón amistoso, sonreímos.

—Cuarenta por ciento de cada una sería lo justo — susurré ensimismada en mis notas cuando di en clavo con los cálculos sobre la hoja —, la casa sería de los niños por herencia.

—¿Disculpe? — habló la abogada contraparte.

Alcé la vista hacia sus luceros azules y tanto el demandado como los demás presentes fijaron sus miradas en mí. Mierda, un calor chisporroteo en todo mi cuerpo.

—Yo, nada. Disculpen, continúen — tomé un sorbo de café

—Repite lo que dijiste — Paolo hizo un gesto con su mano al mismo tiempo que su tono de intriga se dejaba escuchar — ¿Qué porcentaje?

—Cuarenta por ciento para el señor Weston — dije revisando las notas — sería lo justo para que ambas partes se vean beneficiadas en años venideros en caso de un declive en la bolsa de valores. El señor Weston puede prescindir de la casa, pero seguirá ganando lo suficiente de todas las automotrices. La señora Harriet se queda con el sesenta, veinte por ciento de acciones para cada uno y la casa como herencia para los niños.

Paolo revisó recibos, facturas, escudriñó las estadísticas de las ganancias y me miró.

¿Hablé de más?

—Esa es la propuesta — asintió convencido después de sopesar lo que había dicho — sesenta por ciento de cada automotriz y la casa de Malibú. No habrá otra oferta, es eso o quedarnos con el cien por ciento de todo.

—Cincuenta por ciento — respondió la abogada.

—Cuarenta — repitió Paolo — tienen dos días para pensarlo.

Los Pagano [EDITANDO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora