Se busca.

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Capítulo 39.

Ciara.

Para siempre.

Para siempre.

Ambas palabras, empotradas en el fondo de mi corazón latiente por ellos, en cada fibra de mi ser, ese ser que segundo a segundo se resquebrajaba, en cada rincón de cada hueso que conformaba mi cuerpo.

Bajé de la camioneta con la mirada perdida y la mansión se me hizo tan pequeña comparada con lo que muy pronto se convertiría en mi realidad, para siempre. Todo el camino el sudor corrió por mi frente como el rocío cae por las hojas cuando rompe el alba después de la tormenta. Todo el camino pedí por no proyectar el miedo y todo ese peso que yo misma me puse encima para salvarlos.

Mi celular vibró y cuando leí, lo que estaba anunciado en esa fotografía de mí cara, la sangre se me fue al piso. Ya estaban buscándome por órdenes de Oksana, la policía puso un precio por mí captura. Era rápida, era poderosa. Era ella infligiendo dolor ahora en mí. Y graciosa, pues puso todo eso en inglés, no en italiano como con Antonnio.

Empresaria desvía fondos y lava dinero al trabajar para una organización con empresas fantasma, deslindando así al conocido empresario Antonnio Pagano de las responsabilidades que se le adjuntaron. Millones de euros en sus bolsillos con subastas benéficas falsas.

Ahora el ojo público estaba sobre mí.

Pero sonreí, con labios temblorosos y adoloridos por morderlos por los nervios, al saber que sus nombres no estaban ahí como los culpables.

Guardé el celular y entré a la mansión para verlos una vez más antes de partir. Les prometí nunca irme, pero ese nunca duró solo unos meses, casi seis, para ser exacta.

Tenía un plan para mi captura. No iba a fallarles. Me cagaba de miedo, pero tenía que actuar rápido, los niños necesitaban a sus tíos y yo necesitaba saberlos a salvo.

No te hice el amor.

Me prometiste cinco minutos.

Quería salir corriendo a sus brazos, quería gritar sus nombres para que llegaran a mí, quería sentirlos, quería oler sus perfumes, escuchar mi nombre en esos labios benditos con almas malditas por lo que eran. Quería sentirme segura de nuevo entre esos dos asesinos a sangre fría, entre esos diamantes de carne y hueso.

—¿Dónde están? —fue lo primero que le pregunté al primer hombre que me encontré en la sala.

—Siguen viendo películas, señorita.

Entré a la sala de cine y cuando los vi, calmados y felices, temí no volver a verlos por lo que estaba a punto de hacer.

Para siempre.

—¡Ciara! —dijo Dante cuando me vieron entrar —, te perdiste la mejor parte de la película, pusimos otra y no volviste.

La sala estaba alumbrada solamente por los efectos de esa película.

—Lo siento tanto, tuve que salir un momento —hablé sin dejar de ver a nana, quien tenía la cabeza de Franceso en su regazo, dormía tranquilo —, se acabaron las galletas y fui a una tienda, pero estaba cerrada, tendré que salir a buscarlas a otro lado antes de que alguien se las lleve.

—Alguien más puede ir a comprarlas —respondió nana con desasosiego, había notado mi miedo, pues su cuerpo se irguió al instante, negué con la cabeza y traté de contener las lágrimas.

Mas grande que mi miedo.

—No, nana —tragué saliva y sonreí, con miedo, con incertidumbre, con amor hacia estos tres cuerpos y dos que estaban lejos, sintiendo el frío punzante en mi cuerpo al contener esas putas lágrimas que quería derramar —, yo amo las galletas, yo tengo que ir por ellas.

Los Pagano [EDITANDO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora