Manchester

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Capítulo 49.

Carlo.

—¿Te he dicho lo bien que te ves en cuatro? —jadeé mientras mi mano jalaba su cabello. Sus manos apretaban las sábanas y sus gemidos eran la gloria para mis oídos, entre esas cuatro paredes de la habitación del hotel estaba tomándola por segunda vez en la noche. Hubiera preferido follármela en la mía, pero con ese cuerpo que me incitaba a cometer los pecados más sucios y pervertidos al desearla con un fuego que me quemaba cada centímetro de piel, con esa boca sucia que hacía maravillas al tener mí polla entre esos labios y esas fantasías en mi cabeza al saber que ya era mía, cualquier lugar era bueno para hacerlo.

—No —miró sobre su hombro y sonrió pícara haciéndome sentir el puto hombre más afortunado del planeta. Su frente sudaba al igual que la mía y su piel brillaba bajo la luz ambarina de las lámparas.

—Pues eres una puta obra de arte —jalé más su cabello robándole un gemido placentero—, mi obra de arte y eres mi novia, cara mía.

Sonreí al sentir como se apretó cuando dije eso, mojándome más el pene con sus fluidos de excitación. Gimió y gimió con cada embestida que daba.

Comenzó a restregarse contra mí marcando un ritmo que me hizo sentir un calor por toda la puta espina dorsal. Gemí de vuelta y ella dejó salir una risita orgullosa. Tuve que hacerme hacía atrás para sostenerme con ambas manos del colchón y dejarla follarse con mi verga.

—¿Le gusta, señor? —se incorporó un poco, pero no quería dejar de ver su trasero.

—Quédate abajo y fóllate a tu gusto, mi amor.

Cerré los ojos y eché la cabeza hacia atrás por unos segundos cuando sentí ese movimiento rico de sus caderas.

—Sigue así, bella.

Con la fuerza de voluntad que me quedaba para no embestirla más fuerte, me incorporé de nuevo y abrí sus nalgas para ver como entraba y salía a su ritmo, que, a juzgar por los gemidos, le gustaba mucho. Pegó su mejilla a la sábana y cuando gimió mi nombre, llegó al orgasmo que hizo que sus piernas temblaran. Su cuerpo cayó por completo sobre el colchón y su respiración agitada me dejó saber que hice un buen trabajo.

Dejé caer mi cuerpo encima del suyo, mordí su hombro y dejé un camino de besos hasta su espalda baja y uno más de regreso, lento y sensual, adorándola a mí tiempo, a mi manera, mía.

Ladeó su cabeza dándome acceso al exquisito cuello con esos lunares adornándolo. Lo besé al quitar su cabello, hambriento y deseoso, mientras mi falo erecto rozaba lento entre sus nalgas sin penetrarla.

Llegué hasta su mejilla y después devoré su boca. Me acerqué a su oído.

—Te amo —dije con voz ronca —, ti amo, principessa.

Me miró con un poco de desasosiego y después sonrió, me besó y pude saborear esos besos por los que fácilmente podría entregar toda mi fortuna para nunca dejar de sentirlos.

—No tienes que decirlo hasta que lo sientas —proseguí al alejarme de su boca para dejar de ver esa cara preocupada—, no dejaré de prodigarte mi amor incluso si jamás sientes lo mismo que yo.

—Carlo —dijo mirándome con esos orbes hermosos. Me incorporé para sentarme con las piernas estiradas y ella hizo lo mismo, quedando frente a frente en total desnudez e intimidad.

—Ciara —murmuré como si su nombre fuera la oración que eliminaría todos los pecados que cometí.

Se acercó más y acunó mi cara entre sus manos para besar mi frente. Nuestras piernas se rozaban y nuestros ojos se encontraron en un sentimiento mutuo. Ya no era el odio que solíamos decir que nos teníamos. Nunca lo fue. No de mi parte.

Los Pagano [EDITANDO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora