Tiempo.

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Capítulo 53.

Ciara.

Mientras mis manos detenían mi frente al estar en la sala de espera, Carlo se hacía cargo de todo el papeleo al haber ingresado en urgencias, la niñera de Francesco estaba sentada a mi lado con la ropa salpicada de sangre, nana y los mellizos se habían quedado en la mansión por órdenes de mi novio, que también tenía la camisa con ese tono rojizo que Francesco vomitó.

Gritos y ruidos de algo que se caía me hicieron levantar la mirada, Antonnio caminaba a zancadas, con la mirada temerosa y la quijada tan apretada que temí por sus dientes.

—Quiero verlo —alzó la voz cuando se acercó a las enfermeras, una de ellas negó con la cabeza y dijo:

—Por el momento está siendo atendido y no pueden pasar.

—He dicho que quiero ver a mi hijo —respiraba rápido y pesado, pegó en el mostrador y algunas personas brincaron ante la acción, haciéndome sentir su desesperación y tal vez esa falta de aire que a mí también me sofocaba —, ¿saben a quién demonios están atendiendo?

—Si, señor —respondió un doctor cuando salió por una puerta —, por favor déjennos atender a su hijo para que pueda verlo lo más rápido posible. Por el momento todavía no pasa el peligro, pero haremos todo lo que esté en nuestras manos.

Antonnio se pasó una mano por el cabello en una acción desesperada. Tomó aire y miró al señor de bata blanca.

—Si algo le pasa a mi hijo, su puto hospital se va a caer en mil pedazos con todos ustedes dentro, ¿entendido?

Se alejó de ahí, cuando me miró salpicada de sangre se acercó para tomarme de la mano y sentarme en su regazo cuando se dejó caer en el sillón. Enredé mis manos en su cuello y el enterró su cara en el mío. Inhalando el perfume que decía lo calmaba, pero dentro de mi sabia que en este momento nada de lo que hiciera podría calmarlo. No cuando la persona que más amaba por sobre todos estaba dentro de un quirófano.

—Quiero que cierren el puto piso —demandó con voz temerosa y cansada después de plantar un beso en mi cuello, como si quisiera reconfortarme en medio del caos y por sobre su ansiedad, como si él no importara en absoluto.

—Ya está cerrado —Carlo se posó detrás de él y puso sus manos en los hombros de su hermano, tratando de darle un poco de consuelo, mientras yo seguía sentada en él—, el doctor viene para acá y todo esta en orden.

—¿Qué fue lo que le pasó? —dirigió la mirada enardecida hacia la mujer que se retorcía de miedo en el sillón a mi lado—, ¿que tu salario no es lo suficientemente alto para que lo cuides las putas veinticuatro horas del día?

—Señor yo...

—¿Qué estabas haciendo que era más importante que cuidarlo? —comenzó a atacarla con preguntas serias y llenas de coraje, pues sentí como su cuerpo se tensó bajo el mío. —, ¿sabes que tu vida depende de lo que digan los doctores?

La mujer palideció y yo me acomodé en su regazo.

—¡Contesta! —gritó.

—Antonnio —dije apaciguada (pero por dentro estaba muerta de temor por ese niño), acaricié su cara con las puntas de mis dedos, sintiendo la piel cálida y tersa de mi asesino, del amor de mi vida, de mi todo —, no fue culpa de la niñera, no sabemos todavía que fue lo que pasó.

Gruñó y acarició mi cabello.

—Yo mismo la mataré si algo pasa —advirtió Carlo, al alzar la vista hacia él, se inclinó y con un dedo sobre mi barbilla alzó más mí cara para plantarme un beso en la boca mientras las manos de Antonnio se aferraban a mis muslos —, fuiste tan valiente, siempre eres tan valiente, preciosa. Mi pequeña niña, mi valiente novia, vamos —tomó mi mano —, vayamos por un café, necesitas comer algo.

Los Pagano [EDITANDO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora