Tabaco y whiskey.

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Capítulo 21

Ciara.

—¿Qué demonios fue lo que pasó? — Antonnio gritó después de que Carlo entrara al aventar la puerta de su oficina, estaba parado cerca de una ventana. Yo entré, callada y temblando por el exceso de velocidad al que íbamos para llegar hasta donde estaba ese hombre de ojos cobre fijados en su hermano. Guido nos había seguido sin decir una palabra, tal como Antonnio dijo por la mañana. Me siguió a la cocina, al estudio, cuando escogí el auto y estaba afuera de la oficina.

—Era ella — la voz áspera de Carlo resonó mientras encendía un cigarro — esa maldita me llamó y la desconectó mientras reía, me dejó...me dejó escuchar cómo la máquina emitió ese sonido.

—Recibí una llamada — contestó Antonnio con el cigarrillo entre sus dedos, yo no sabía qué hacer, no sabía si respirar iba a irritarlos más o si el parpadear iba a hacerlos sacar su arma. No me quise mover — Francesco, su risa. Mi hijo estaba riendo a través de esa llamada, alguien dijo algo en ruso y colgó. Quise llamar a Victoria, pero no contesta, los hombres que cuidaban de ellos están muertos, joder, Carlo. ¡Tenemos que hacer algo! — pegó en su escritorio con ambas manos cuando se recargó.

Carlo levantó la vista hacia su hermano desde la silla donde estaba sentado, tan quieto como una escultura.

—Torre Marfil llegará en cualquier momento —siguió hablando —, dejará de trabajar en la mansión. No quiero que localicen la ubicación desde donde trabaja.

La mirada café de Antonnio se posó en mí cuando terminó de decir eso.

—Ve a la mansión, no tienes que estar aquí — su mirada se suavizó un poco, pero no el tono enojado. Sabia que no era contra mí.

Yo negué, todavía recargada en la puerta con el corazón en la boca, tocando con ambas manos el material frío de la puerta. Caminó hasta mí y mis piernas temblaron. No por miedo. No por excitación al verlo y recordar lo que pasó en la mañana, sino por la incertidumbre de la situación.

¿Estábamos en peligro?

—No, quiero quedarme — le quité su cigarrillo con delicadeza para fumar y tratar de calmar mis nervios cuando sentí su cercanía —. Si voy a trabajar con ustedes, necesito saber cómo o con que puedo ayudar — di dos caladas y se lo regresé, sus ojos no dejaron de verme mientras sacaba el humo.

Una pequeña caricia con su pulgar recayó en el dorso de mi mano cuando lo tomó. Sonrió cuando notó que llevaba puesta la pulsera que me dio.

Carlo se levantó y nos miró cuando Antonnio plantó un beso fugaz en mi frente, tomó mi mano y me guio hasta el sillón para después encaminarse hacia su escritorio.

—Viajaré a España, necesito tu celular, el mío está roto — demandó el mafioso de ojos verdes. Antonnio lo sacó de su bolsillo y se lo entregó. Me quedé sentada sin nada de hacer o decir. Mientras Carlo escribía algo en el celular, su tatuaje en la cara lo hacía ver más intimidante todavía por esa gelidez y algo parecido a la desesperación.

—Traeré su cuerpo de regreso y la enterraremos junto a nuestros padres — tragó saliva con el celular en la oreja, miró hacia la alfombra color vino —. Tendré que... decirle a los niños antes de irme.

—Tendremos — contestó Antonnio y Carlo salió de ahí cuando alguien contestó su llamada.

Antonnio se quedó sentado, con la mirada perdida hacia la puerta, con la mandíbula apretada y su respiración agitada, no llevaba su saco, ni la corbata. Cansado y frustrado, nervioso.

Me levanté y caminé hasta él. Di dos pasos y se giró a verme con todo y silla. Llegué hasta él cuando no dijo nada al notar mi intensión de acercarme. Alzó su mirada otoñal hasta mis luceros y acuné su mejilla con mi mano.

Los Pagano [EDITANDO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora