Buenas noches, Ciara.

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Capítulo 4

Ciara.

No podía creer lo que acababa de pasarme ayer por la noche, nunca en mil años pensé que Paolo pudiera ser así de amable y pedirme que volviera a trabajar para él. O algo mucho más extraño, disculparse.

Dubitativa continué vistiéndome sin ganas para salir y hacer la maldita tarea de la semana, mallas deportivas y una playera enorme para tratar de mitigar un poco el calor de la tarde. Los converse usuales y el cabello cayendo por mis hombros, no sabía a donde iría, pero creo que eso le dio un toque de miedo y emoción a mi cuerpo, solía salir antes de todo esto, solía ser una persona social y segura, pero todo eso se terminó cuando tuve que cuidar a mi padre. No me quejaba de haberlo hecho, él siempre estuvo para mí e hizo lo mejor que pudo para darme una buena vida.
Tal vez, si hubiera hecho más, si hubiera tenido un trabajo mejor y mejor paga...

Caminé casi diez cuadras bajo el sol de verano y logré llegar a un parque concurrido, niños, mascotas y turistas se movían por todos lados. Comencé a recorrer un poco temerosa y sudada los pocos puestos de artesanías, cosas de segunda mano y los puestos que tenían jaulas con perritos en adopción. Todo esto mientras mi pecho sentía pinchazos de nerviosismo y mis manos sudaban emitiendo un poco de temblores.

Conforme pasaba el tiempo más y más gente iba llegando, comencé a sofocarme y a sudar un poco más de la cuenta, trencé mi cabello para hacer que el aire corriera detrás de mi cuello, pero nada servía, el cielo brillaba glorioso y la lampara dorada estaba en su punto más alto haciéndome un poco más difícil poder respirar.

Recordé la voz del doctor Pagano, enfocarme en algún objeto cerca, pero no podía, mi vista se nubló un poco y el sudor me corría por la frente y el cuello.

No pude cuando sentí todos esos pares de ojos clavados en mí aún cuando no lo estaban, cuando la taquicardia comenzó a gobernarme y cuando sentí que en cualquier momento podría desmayarme al estar en medio de toda esta horda con ruido, risas, música, calor y demás cosas que ya no se me permitió pensar. Sintiéndome desprotegida y vulnerable. Tuve que sentarme en el césped caminando un poco colina arriba, traté de respirar como él me había enseñado, mis ojos se fijaron en una pelota verde que yacía a lado de un niño.

Pelota verde.

Pelota verde.

Calor, sofocante calor, miradas y transpiración.

A la mierda, no podía respirar.

A la mierda no pude enfocarme cuando tenía su risa clavada en mi desde hace días. 

Mis manos temblaban y mi pecho sentía una opresión infernal, era toda una mezcla de nervios por estar aquí y por recordarlo.

En un impulso por la desesperación ya estaba esperando a que me contestara. Pude llamar rápidamente gracias a que nunca le ponía contraseña al celular. Mordí mi uña del índice, después traté de lanzarme un poco de aire con la mano que tenía libre, tenía tanta sed como si el agua no hubiera tocado mis labios en años. Nada me dejaba respirar. Nada.

Estoy disponible las veinticuatro horas del día si algo ocurre.

¿Pero solo entre semana?

No sabía. Pero eso había dicho y esperaba que fuera verdad, esperaba que su voz sonara al otro lado de la bocina. Esperaba que...

—Ciara. — respondió antes de que pudiera hablar.

—Dijo que respirara y me enfocara en algo, pero no... no pue...do respirar, estoy haciendo mi tarea, doctor, pero no...no puedo. — titubeé, por la sofocación y los nervios al haberlo escuchado, por tenerlo al teléfono. Su voz era naturalmente ronca y malditamente sensual, eso no ayudaba en mi nerviosismo. No ayudó para nada cuando salí de la última sesión y llegué a casa pensando en él durante todo el trayecto, pensando en la forma en la que se movía, pensando en lo que había dicho.

Los Pagano [EDITANDO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora