Promesas y vendas

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Capítulo 61.

Antonnio.

—Me importa una mierda lo que piense, doctor —abotoné mi camisa con los falanges temblorosos y débiles, los mareos no me dejaron en paz mientras subí de nuevo a la habitación donde había perdido casi tres días al estar inconsciente.

Estaba de un humor de los putos mil demonios y tenía ese nudo en la garganta que me picaba como si tuviera espinas calientes, la imagen de Danna y nana en esa caja plateada, rodeadas de más muertos, hizo que me ardiera el cuerpo.

Pero no era tiempo de llorar, era el tiempo de vengar.

—Su golpe en la cabeza fue severo y necesito que...

—Ya le dije que me importa una mierda lo que diga, los niños están bien —tragué saliva y el último botón de mi camisa quedó clavado en ese agujero.

No todos estaban bien.

¿Cómo le diría a Ciara, a Carlo?

¿Cómo le diría a Dante que su mejor amiga, que su igual, había muerto?

—La prioridad es mi mujer y mi hermano —enfaticé—. Yo estoy bien. Y tengo que trabajar.

—No podrá trabajar si muere —dijo tajante.

Mal día para alzarme la voz. Giré mi cuerpo y lo tomé del cuello, lo empujé hasta la pared y dije, cerca de su rostro:

—Usted tampoco. Ahora, va a firmar mi alta y me dejara de joder los huevos ¿Entendió?

Sus ojos emanaron terror puro. Terror.

Era lo que estaba a punto de sentirse cada que alguien me mirara, cada que alguien tratara de impedirme llegar hasta mi cometido.

La gala. Oksana. Mi venganza.

—Señor —dijo balbuceando y lo solté.

Miré a Torre Marfil recargada en la puerta, había regresado con un informe sobre lo que pasó gracias a que Sara la pudo capturar.

—Antonnio, quizá el doctor tenga razón y debas...

—Nos vamos —tomé mi saco para comenzar a deslizar la tela por mi piel—. Prepara todo y espérame abajo.

—Niño. —dijo en ese tono cómplice como en los viejos tiempos.

—Preciosa —le dije cuando pasé a su lado tratando de no concentrarme en lo putos mareos.

Mi mejor amiga me sonrió y negó con la cabeza, estaba cansada y con esa mirada triste, había perdido a una de las mujeres más importantes, habíamos perdido a la luz de la casa, Isabelle.

Soltó un puñetazo en mi brazo para después seguirme con esas botas de tacón no tan alto hasta que se desvió para entrar al elevador.

Entré a la habitación de Carlo, seguía entubado, pero ya con color en las mejillas. Su pierna estaba envuelta en vendas y elevada un poco. Le llevaría semanas recuperarse. Le llevaría toda una vida tratando de recuperarse del dolor por la muerte de ambas.

—¿Recuerdas cuando me decías que querías ser todo un maestro del arte culinario? —metí las manos en mi pantalón y avancé hacia él.

Tan calmado, tan fuera de sí.

Llegué hasta él, su maldito tatuaje que él adoraba, pero que hizo que nuestra madre se volviera loca, seguía intacto.

Hijo de puta.

—Tal vez te compré de cumpleaños una línea de restaurantes en Londres. Para nuestra nueva vida. Con dinero sucio por supuesto —sonreí al ver su pecho subir y bajar—, pero será para empezar de nuevo. Tienes que despertar si quieres casarte con ella. Tienes que despertar para que seas tu quien la entregue en mi boda. Pero mientras sanas. Voy a matarla —saqué una mano y acaricié su cabello—. Voy a vengarte, hermano. Nadie nos toca, pero lo hicieron. Y eso —tragué saliva—, es algo que deben pagar, muy, muy caro.

Los Pagano [EDITANDO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora