Castigo.

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Capítulo 52.

Antonnio.

Mi novia se había quedado dormida en la cama junto a mí hijo, fue difícil dejarla después de amanecer todos los días a su lado y perder el tiempo platicando de todo y nada, mientras le acariciaba el cuerpo en un vaivén tibio hasta que nos daba hambre o hasta que terminábamos de hacer el amor. Mientras discutíamos por los pelos de su perro en las sábanas de seda para terminar cogiendo de la manera más sucia y resolviendo ese problema con un orgasmo, o riendo cuando entre los dos atacábamos a Francesco a besos para despertarlo.

Esa mujer se había vuelto parte importante de ese niño con el color de mis ojos. Pocas veces preguntaba por su madre, y todavía no tenía el valor de decirle que había muerto.

Me odiaba por eso, me carcomía la culpa, algún día tendría que decirle la verdad, pero tenía miedo que terminara odiándome al saber que yo fui el que plantó todas esas balas en el cuerpo que lo engendró.

Traté de no pensar en eso. Salí del elevador y miré todo, seguía tal cual lo dejamos.

La oficina siguió su curso gracias al mal humor (un poco menos pesado) de Torre Marfil. Pues ella y Sara parecían tener algo. Varios meses después y mi mejor amiga seguía negando que sentía algo por esa mujer parlanchina y altanera. Pero el tono en el que hablaba de ella cuando hablábamos por teléfono, no era más que la confirmación de sus sentimientos.

El mismo olor a papeles y a tabaco, a poder y sangre me recibieron el lunes por la mañana. Todo estaba en silencio, pues nadie había llegado, ni siquiera Carlo, pues una resaca de los mil demonios lo acompañaba, bebió todo el camino de regreso a Italia, brindando por la felicidad que decía tener por estar de novio con Ciara.

Puse mi café en el escritorio y me senté en el silencio abrazador de la oficina mientras sonreía al saber feliz a mí hermano, prendí un cigarro y me dediqué a cerrar los ojos para poder relajarme un momento antes de aterrizar en la realidad.

En ningún universo pensé que compartiríamos a una mujer que nos tendría pendejamente enamorados a los dos. Mi posesividad cesaba con él.

Ambos la protegíamos, ambos la amábamos y la deseábamos en un nivel que supuse nadie más podía entender. Ni siquiera me interesaba que lo hicieran. Ella era nuestra, mía. Y quería que lo fuera para siempre, había comprado algo para ella, pero Carlo no era discreto cuando de sorpresas de trataba, era peor que un niño...

Sin dejar de pensar en esa ocasión que esperaba llegara pronto, comencé a trabajar imaginando mi vida con ella. Le había prometido mientras dormía hace algunas noches luchar por ese felices para siempre, tenía una familia que proteger, y ella estaba dentro de esas siete letras de la palabra desde hace ya mucho tiempo.

Habíamos vuelto al ojo del huracán, habíamos vuelto a ganar esa guerra para terminar con toda esa pesadilla, pero para el mundo Ciara estaba muerta. Torre Marfil le había cambiado el nombre al volver a Italia, papeles falsos y una nueva identidad hasta que pudieran quitar todo el historial del sistema sin que la policía se diera cuenta. Sin que ella se diera cuenta para así poder matarla.

El café dulzón, ahora frío, se paseó por mi boca y el estómago me gritó con un ardor para que le diera algo de comida, miré la hora de mi reloj y eran casi dos de la tarde. Ciara no había llamado. Eran las nueve cuando la dejé, ¿seguiría dormida esa condenada mujer? (yo también estaría dormido con ella abrazada a mi si pudiera)

Carlo ya estaba en su oficina gritando y maldiciendo hasta al aire por el dolor de cabeza que tenía, reí para mis adentros al recordar que dijo que no le pasaría nada y que iba a controlar la ingesta de alcohol para hoy.

Los Pagano [EDITANDO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora