Mia, nuestra.

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Capítulo 29.

Ciara.

"No soporto que no me mires. Por favor perdóname. Hoy te ves hermosa con ese vestido negro, principessa."

Leí la nota de Carlo antes de bajar a despedirme de los niños durante el fin de semana, me latió el corazón un poco fuerte cuando leí la palabra "principessa" él nunca me había llamado así, la guardé junto a la primer nota que Antonnio me dio hace ya unas cuantas semanas cuando me regaló la pulsera.

Los mellizos y Francesco irían a la mansión de Genova para nosotros poder enfocarnos en la subasta y para no arriesgarlos si algo salía mal, nana iría con ellos y con diez hombres escoltándolos. El martes por la tarde estarían de regreso.

—Está todo listo —musitó Carlo, llevaba dos maletas en cada mano para subirlas a la Range Rover que pertenecía a los niños.

—¿Por qué tenemos que irnos? —dijo Dante sin dejar de abrazarme. Danna no estaba, tampoco nana y Antonnio.

—Para que Francesco conozca la otra mansión —explicó la bestia con la que seguía molesta mientras subía todo a la cajuela —, pasarán unos días agradables en la alberca y jugando con Panqué. Podrán comer todos los postres que quieran.

Si, mi perro ya era de ellos. Se iría también el fin de semana.

—¿Podemos ir en helicóptero? —inquirió Dante. Parecía una sanguijuela. Pero amaba que lo pareciera.

—No, mi niño —le respondió el italiano con cara tatuada —, Panqué no podría subir. Pero te prometo darte un viaje cuando regreses.

—Está bien —contestó y se alejó de mi—, iré por mi primo —entró corriendo a la mansión.

Principessa.

Sentí el retortijón en mi estómago cuando vi que Carlo cerró la cajuela, llevaba pantalones de vestir y una playera polo, ambos en color negro y zapatos igual. Se dio cuenta que lo estaba mirando de más, sonrió relajado y un tanto sensual, fue mi turno de tragar saliva, hoy se veía más guapo de lo normal. Con ese cabello un tanto largo que hacía caer algunas hebras azabaches sobre su frente, ese reloj y los anillos. Lo recordé hincado frente a mí. En su habitación, con su perfume sobre mi cuando me fui de ahí después de que me devoró por completo.

Basta.

Su sonrisa no se desvaneció hasta que se acercó a mi, me crucé de brazos y no le devolví la sonrisa.

—¿Por qué sonríes así? —inquirí cuando estuvo lo suficientemente cerca. El entrecerró los ojos y enfatizó la sonrisa.

—¿Leíste mi nota? —no respondió mi pregunta.

Asentí sin dejar de mirarlo, él ansiaba mi mirada y se notó cuando sus pupilas se dilataron, eso me hizo sentir hermosa en cierta manera, pero toda esa confianza al tenerlo deseándome se quebró y cayó en mil pedazos cuando su mano acunó mi cara.

—Gracias —fue todo lo que dijo, se acercó a darme un beso en la frente para después caminar hacia la mansión a mis espaldas, dejándome con las piernas hechas gelatina y el corazón tan acelerado que pensé saldría corriendo de mi pecho.

—Eso no quiere decir que ya te disculpé —musité nerviosa.

Una carcajada ronca salió de su garganta.

Giré un poco la cabeza para poder alcanzar esa ráfaga de perfume que dejó tras marcharse. Y sonreí.

—Estúpida bestia.

Los Pagano [EDITANDO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora