EXTRA I.
Ciara.
Abrí los ojos por el sonido fuerte en la cocina, mi saliva había manchado un poco el pecho desnudo de Antonnio, quien al igual que yo y Carlo, estaba exhausto.
Tener dos bebés era hermoso y algo que me hacía rebozar de felicidad a diario, pero también era lo más difícil que había tenido que vivir durante estos casi 8 meses de haberlas traído al mundo, era abrumador y tan pero tan cansado que a veces lloraba en el baño mientras ellas dormían.
Con mi mano limpié la piel de mi esposo, me alejé de su cuerpo caliente y fue cuando notó mi ausencia que pudo extender su cuerpo por toda la cama. No lo culpaba, él y Carlo habían sido un pilar enorme para poder sobrellevar la maternidad y la depresión postparto que me había envuelto en sus garras. Habían tomado cursos, habían leído revistas y libros y habían contratado a tres enfermeras para que me ayudaran en todo lo necesario, yo tomaba terapia y, aunque me sentía culpable, tomaba días de descanso mientras ellos cuidaban de mis niñas.
Envolví mi cuerpo con la bata de seda negra y noté que mis hijas no estaban en la cuna. Tampoco hubo berrinche cuando me levanté por parte de Carlo. Mis ojos estaban tan pesados que sería todo un reto bajar hacia donde estaba el ruido. Mis senos dolían todavía y mi cuerpo parecía haber vuelto a la normalidad después de meses de una buena alimentación con un chef privado y algo de ejercicio, en el gimnasio y en la cama.
Mientras caminaba por el pasillo arrastrando los pies, se escuchaban risas, risas y platos rompiéndose. Uno tras otro.
¿Qué rayos estaba pasando?
Mi corazón se llenó de alegría cuando entré a la cocina al ver a Carlo con ese traje negro impoluto y a mis dos hijas sentadas en sus sillas riendo a carcajadas mientras su padre tiraba los platos.
—¿Esa es la vajilla que Sara me regaló en la boda?
Un plato más hizo reír a Danniela, quien tenía la manita en la boca mientras sus mejillas se tornaban rojas por la risa.
—Mira esto —me respondió Carlo con esa fascinación en el rostro y tiró otro plato haciendo que ambas estallaran en carcajadas—, no puedo dejar de escucharlas, llevo toda la mañana rompiendo platos —sonrió de oreja a oreja—, perdone si la desperté, querida esposa.
Miré al piso para confirmar sus palabras y a él para lanzarle un beso por las últimas dos palabras melosas. Tiró uno más, llenado la cocina de risas y felicidad. Otro y otro más.
Una pequeña risa de mi parte lo hizo mirarme.
—Preparaba el desayuno y tiré un plato por accidente —explicó tierno—, ambas comenzaron a reírse y desde entonces no he parado. Podría hacerlo todo el día si eso las hace felices.
Suspiré rendida ante sus palabras y me recargué en el marco de la puerta para ver todo ese espectáculo ruidoso.
—¿Qué es todo ese ruido? —la voz ronca de Antonnio se unió a nosotros, quiso caminar más allá de donde yo estaba, pero mi mano lo detuvo.
—No quieres ir hacia allá sin zapatos, cariño.
Miró al piso como yo con esos ojos hinchados por el sueño. Me gustaba verlos despertar, me gustaba verlos todos los días. Nuestra relación se había hecho más fuerte desde que todo terminó, pero también había altibajos como en todos los matrimonios. Algo en ellos me atraía más de lo normal con la faceta de padres amorosos y protectores.
—¿Esa es la vasija de Ciara?
—Era mi vasija —respondí riendo.
—Mira esto —le dijo la bestia a Antonnio, tiró el plato número mil y las bebés comenzaron a reír.
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Los Pagano [EDITANDO]
RomanceBusqué ayuda en él. Pero encontré algo más. Los encontré a ellos. O ellos a mí. Un golpe de suerte de algo que estaba prohibido, pero que me hacía querer más y más. Su pasado no me hizo alejarme aun sabiéndome en peligro. Su pasado me hizo encont...