EXTRA II.

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EXTRA II.

Carlo.

Mi cara entre las piernas de mi esposa era la cosa favorita de mi día después de despertarla a besos por las mañanas.

Sus manos se aferraron a mi cabello cuando tracé el camino que le gustaba, lo hice una, dos, tres veces, succioné hasta que casi estuvo satisfecha.

—Carlo —dijo agitada como si quisiera regañarme. 

Gimió fuerte cuando metí dos dedos, jugué y jugué hasta que me hazaña le regaló su tan merecido orgasmo, tal como me gustaba, sucios e intensos.

—Lo sé —dije con lujuria en la voz—, lo sé mi amor. Regálame otro. Abre esas piernas.

Obedeció y mi trabajo se basó en adorarla hasta que su cuerpo volvió a tensarse.

—Amo tu sabor, amo todo de ti —reafirmé cuando subí mis manos hasta su abdomen, después a sus pezones para apretarlos y hacerla retorcerse—, te amo, Ciara.

Besé la piel sensible y su cuerpo tembló extasiado, después besé la suavidad de sus piernas mientras mi esposa recuperaba el aliento, algo en mí estaba mal por pensarla todo el día después de haber dado a luz a las gemelas, su cuerpo cambió notablemente, y eso, me encantaba. La quería a todas horas, de todas las maneras posibles, en todas las superficies de la nueva casa que le compré para criar a nuestras hijas.

No podía dejar de llamarla esposa, de repetir esa palabra en mi mente, estaba loco por ella, estaba viviendo un puto sueño con mi familia y esa felicidad que me hacia sentir el hombre más pleno de todo el mundo. 

Mi esposa, mi mujer, mi Ciara.

Las cosas por aquí habían cambiado demasiado desde aquella noche donde ese salón de fiestas explotó. Poco a poco comenzamos a alejarnos de los negocios peligrosos, dejamos rutas importantes, bajamos la guardia y cedimos con bandera blanca todo aquello que podía perjudicar a nuestra familia, perfiles bajos según indicaciones de Sara, quien, junto a Torre Marfil, seguían lavando dinero y entremetiéndose en alguno que otro negocio ilícito por gusto.

Lo deseábamos más que nada. Y sabíamos que, si hacíamos las cosas bien, todo saldría de maravilla, pues nuestros enemigos potenciales ya estaban muertos.

El dinero no era un problema, jamás lo sería. Pues teníamos más negocios en marcha. Y varios billones en las cuentas. Individuales y familiares.

Las deliciosas manos de mi mujer me sacaron de mis pensamientos.

—Bésame —ordenó y obedecí—, quiero sentirte —desesperada alzó mi playera para tocarme la piel que besó anoche, me deshice de la tela.

Besé su cuello cuando puse su espalda en mi pecho, entré en ella robándole un gemido rico que me llenó el cuerpo de algo salvaje y sensual. Embestí duro mientras nuestros brazos estaban entrelazados. Dijo mi nombre como si hubiera sido la primera vez que entraba en ella. Tan exquisita, tan mía.

Su pierna se recargó en la mía para abrirse más, haciendo que la pulsera de oro blanco que le regalé en navidad se moviera en su tobillo.

—¿Sabe lo delicioso que es hacerle el amor a mi esposa por las mañanas? —dije sobre su cuello y mordí un poco.

—No quisiera despertar de otra manera —dijo mientras nuestros cuerpos se movían en sincronía para llenarnos de placer.

—Móntame —sin nada mas que agregar a esa palabra, mi mujer subió en mí, empalándose sola mientras admiraba su cuerpo, ese templo que me regalaba felicidad y aire fresco todos los días la respirar. Vida. Eso era ella.

Los Pagano [EDITANDO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora