Uno mismo.

12.4K 777 110
                                    

Capítulo 55.

Ciara.

Viajamos en completo silencio en la camioneta hasta una de las mansiones a las afueras de Italia. La mano de Carlo viajaba de una de mis piernas a otra, una intimidad en ese lazo que solo nosotros dos teníamos.

Ansiaba llegar con Antonnio, ansiaba besarlo y hacerlo mío una y otra vez hasta poder borrar de su mente todo lo que lo atormentaba.

La camioneta se estacionó tras casi dos horas de viaje afuera de esa fortaleza que era incluso más bonita de donde vivíamos, nana había preparado un fin de semana con los mellizos, por ese lado estaba tranquila, ya que Carlo aseguró la casa con más hombres de lo normal.

La niñera de Francesco había quedado perdonada gracias a que abogué por ella, la pobre no había tenido la culpa sobre lo que había pasado con el niño.

—¿Qué tan enojada estás? —habló cauteloso.

—No estoy enojada —respondí y dejó salir un suspiro de alivio.

Antes de que nos abrieran la puerta me giré a verlo.

—¿Por eso venías callado?

Asintió.

—El gran Diamante Negro no habló porque pensó que su mujer estaba enojada?

—No quería causarte...

Me abalancé sobre sus labios carnosos y tibios. Estaba hambrienta por él, por Antonnio, por ambos. Había pasado casi una eternidad de haber estado juntos los tres, y esta noche, sin importarme que, compartiríamos la misma cama y las cosas tan pervertidas que los tres amábamos hacer.

Su lengua danzó con la mía y su mano se metió entre mis hebras sueltas.

—Eres tan tierno —hablé sobre sus labios y rocé la carne con mi lengua.

—Y tu das miedo cuando te enojas.

Reí.

—Pero no venía enojada.

—Te hubiera follado todo el camino de haber sabido que no venías enojada.

Me encogí de hombros.

—Que desperdicio.

Bajamos de la camioneta y al entrar, tomados de la mano, noté que la niñera de Francesco leía algo sentada en el sillón de la sala.

—¿Dónde están? —dije sin dejar de mirar la hermosa sala de estar, sillones color crema, paredes blancas y una chimenea más grande que la de la habitación de Carlo.

—Señorita Ciara —saludó y se puso de pie, miró nuestras manos entrelazadas y apenas y frunció el ceño. Tal vez porque me había visto de la mano también con Antonnio.

Cuando alzó la mirada hacia Carlo, tragó saliva como yo lo había hecho la primera vez que vi al hermano del hombre que me llevaba de la mano. No la culpaba, ambos eran guapos, ambos podían mojar un par (sino es que todas) las bragas de cualquier lugar al que llegaran.

¿Y lo mejor de todo?

Es que eran míos, ambos.

Y no me gustaba que los miraran de más.

—Señor —habló y Carlo no respondió.

—¿Dónde están? —dije por segunda vez, Carlo se quitó el saco y fue a servirse un trago.

—El señor Antonnio en su estudio —lo siguió con la mirada, totalmente embelesada en esa figura masculina —. Francesco está dormido.

—¿Alguna novedad sobre su estado de salud? —inquirió mi novio regresando a mi lado.

Los Pagano [EDITANDO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora