Uno, dos, tres.

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Capítulo 33

Ciara.

—Se que estos días han sido difíciles —la voz de Antonnio me guiaba, sus manos en mi cintura, su boca en mi cuello, mis sentidos aguzados y las manos enfrente tratando de palpar algo —, quería darte esta sorpresa antes de irnos.

Pasos lentos y mi cuerpo pegado al suyo, sintiendo esa dureza de su pecho, oliendo su perfume Dior, esa ligereza combinada con exquisites varonil y el jabón del baño que acabábamos de tomar.

—Debo confesar que me gusta verte con los ojos vendados —sonrió cuando dio un beso en mi piel tibia. Giró un poco nuestros cuerpos y escuché que abrió una puerta.

—Puedes vendarlos esta noche —lo reté un poco, con una mano busqué su cabeza para acariciar su mejilla y pegué mi trasero en ese bulto notorio de su pantalón —, compré un poco de lencería cuando fuimos por la tarántula de Francesco. Nunca había comprado ese tipo de ropa —reí.

Hundió su cara en mi cuello y aspiró dejando salir el aire con un gruñido que me erizó la piel.

—Deja de tentarme si no quieres que te tome justo aquí en el pasillo.

—Los niños están en clase de piano y el personal de limpieza no está en turno hasta dentro de media hora—volví a restregarme.

—Primero su sorpresa, señorita —sentí sus dedos hábiles deshaciendo el nudo de la tela suave —, no abras los ojos hasta que te lo ordené.

—Si, señor —dije obediente a él y con ambas manos tapé mí cara.

—Da dos pasos al frente y podrás abrirlos.

Volví a obedecer.

—¿Ahora?

—Ahora.

Parpadeé un poco haciendo que mis ojos se acostumbraran a la luz matutina bajo esa mañana de verano, mi quijada casi toca el suelo alfombrado cuando miré lo que había hecho, un sinfín de estambres yacían por color en los estantes, un sillón negro cerca del ventanal que daba a la alberca, paredes blancas y cuadros de Panqué y los niños, una mesa de centro con cientos de agujas y una pila de libros para poder hacer muchas figuras.

Caminé embobada en ese paraíso suave, era como estar encima de un arcoíris de algodón.

Habían pasado tantas cosas en estos pocos meses que yo misma me olvidé de mí, olvidé mis pasatiempos, olvidé que tejía, olvidé que veía mi serie con macarrones baratos con queso, olvidé todo. Pero él no lo hizo.

Me giré a verlo y sonreí. Negué con la cabeza sin dejar de mirar esos orbes chocolatosos que vi al despertar esta mañana.

—¿No te gusta? —habló.

—No, no me gusta —caminé hasta él sin bajar la mirada y puse ambas manos en su cinturón, lo jalé hasta mí —, me fascina, señor Pagano —hablé cerca de su boca—, hizo un buen trabajo. Muchas gracias.

Planté un beso rápido en sus labios.

— Bueno yo...—titubeó por un momento y llevó su mano a su cabello, yo seguía sin soltarlo —, recordé que... dijiste que solías darle juguetes a los niños de tu vecindario.

—¿Acaso el mafioso más temido de Italia se pone nervioso cuando lo tomo del cinturón?

Carraspeó y caminó a la ventana alejándose de mí. Sonreí y cerré la puerta.

—No —sentenció y no le creí, coloqué el seguro y sentí un calor por toda la espalda.

Regresé a él y rodeé su abdomen con ambos brazos.

Los Pagano [EDITANDO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora