Su sabor.

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Capítulo 8:

Antonnio.

No podía con la palpitante erección contra mi pantalón. Quería follármela encima del escritorio, arrancarle por completo ese vestidito negro como mi mente y hacerla venirse mientras la besaba. Pero había algo más...

Su sabor invadía mis papilas gustativas, por alguna razón mis piernas temblaron, terminó de acomodarse el vestido frente a mí y yo tuve que mantenerme quieto para no arrastrarla hasta mi regazo.

—Yo — titubeó — yo no sé. Perdón yo, me dejé llevar.

Enarqué una ceja y me senté en la silla.

—¿Te arrepientes? — su frente sudada con esos cabellos pegados me hizo apretar la mandíbula. Tenia las mejillas tan rojas como quería dejarle el trasero.

—No — acomodó su cabello y miró mi erección, tragó saliva después de que escudriñó mi pantalón.

—¿Ves algo que te guste?

—Yo, perdón. Debería irme.

—Si, Ciara, deberías irte, a menos que quieras que te coja sobre el escritorio y cancele mi cita de la una.

—¿Eso harías? — sus ojos seguían con ese brillo post-follada viajando de mis ojos a mi bulto — ¿me follarías aquí? — deslizó sus dedos sobre la madera brillosa.

Maldita boca viperina, maldita belleza veinteañera frente a mí.

Era nerviosa pero al mismo tiempo era sucia cuando se le daban los incentivos correctos.
La vi desnuda, me acababa de comer su coño y quería más. No era la manera en la que me la hubiera follado, hubiera tomado tanto tiempo para conocer su cuerpo, para explorar sus puntos débiles y los que no le gustaba que tocaran, pero se presentó aun cuando pensé que no lo haría. Se presentó con un vestido que me dejaba ver ese bulto en su vientre. Ese pedazo de tela que hacía que sus piernas se vieran apetecibles. Sin puta ropa interior. Y cuando rio. Me perdí.

—Si — contesté.

—Pero tendría que quedarme callada ¿no es así?

Comenzó a caminar de un lado a otro, calmando su respiración, mirándome seductoramente con esos luceros color avellana. Acercándose más y más hacia donde yo estaba moviéndome en la silla.

—Si, Ciara. Muy callada.

—¿Por qué me vas a coger tan fuerte que tendrán que taparse los oídos? — caminó hasta mí y se hincó — pero tu no harás ruido, ¿verdad?

Maldita sea.

Puta madre.

Entendió, eso me calentaba más. ¿Tenía la mente igual de sucia que yo?

—No nena, yo no haré ruido — acaricié su mejilla tibia y ella cerró los ojos ante mi tacto. Inclinando su cabeza hacia el calor de mi mano. Estiró sus manos acariciando por encima de mi erección. Apretando lentamente sin dejar de verme, un escalofrío me recorrió toda la espalda. Desabrochó el cinturón y se mordió el labio, sonriéndome inocentemente.

—Sujete mi cabello, señor Pagano.

Sus hebras negras se enrollaron en mi mano cuando con dos vueltas las sujeté. Algunos mechones caían por su frente. Hermosa, colorada y...jodidamente ansiosa. Liberó mi polla y cuando la miró dijo un poco asustada:

—Eso no va a entrar en mi boca — subiéndome el puto ego hasta la estratosfera.

—Mírame mia dolce ragazza — jugueteó con él entre sus manos mientras lo hacía — abre la boca — obedeció — más, así, buena chica. Ahora, mételo en tu boca y juega conmigo, haz lo que quieras con este hijo de puta.

Los Pagano [EDITANDO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora