Te amo.

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Capítulo 22:

Carlo:

Quiero saberlo todo sobre ella.

—Gracias por lo que hiciste —dejó saber Antonnio cuando un silencio que me pudría por dentro se asentó en el estudio cuando subimos para alistar todo.

Otra muerte más.

El sonido de la maquina me siguió durante todo el día. Su maldita risa también.

El sonido de esos llantos cuando los vi abrazarla.

Por el amor de Dios, son solo niños.

Su voz se resquebrajó cuando dijo eso.

Me quemaba la piel el haberla tocado. Me salvó temporalmente cuando los acunó en sus brazos. Él y yo nos quedamos sin palabras. Ella fue fuerte, sabia y cálida. Un soporte para dos asesinos que se quedaron en blanco aun cuando la muerte era algo con lo que convivíamos a diario.

Esta mañana íbamos a terminar con ese negocio que no había traído nada más que desgracias, por culpa de mi ambición. Nos habían estado atacando desde adentro, desde lo que duele. Todavía recordaba la frase que comenzó todo. La primer foto que me enviaron.

—Saldré con Carlo para recoger el cuerpo de su hermana —dejó saber la pelinegra.

—Es peligroso, Ciara —advirtió Antonnio con voz cautelosa cuando dejó caer su cuerpo en el pequeño sillón, después de andar como un sonámbulo por toda la habitación.

—Todo con ustedes es peligroso —se quejó—, mejor irme acostumbrando, tendré seguridad, eso fue lo que dijiste —contestó mirando a la nada. Con los ojos desorbitados, fue como si algo en ella se hubiera cuarteado cuando les dio la noticia y terminó por estallar en mil pedazos cuando la abrazaron.

—¿Por qué quieres venir? —inquirí sacando el humo del cigarro, sin dejar de ver su inexpresiva cara.

—Porque sé lo que siente estar sola cuando alguien que amas muere —jugaba con la cutícula de sus uñas al estar sentada en la silla de Antonnio.

—Saldrán a primera hora del día —fue todo lo que El Diamante de Sangre dijo, recargó su cuerpo en el respaldo y cerró los ojos. Apretó la mandíbula y se tragó ese nudo que yo también sentía.

La miré una ultima vez y ella no me miró.

La sentí de nuevo al apretar mi mano.

—Hasta mañana —dijo la pelinegra cuando caminé a la salida.

No contesté a su despedida. No podía.

Tomé un baño y me puse un traje gris limpio, iría al bar más cercano. Subí a mi auto y salí de la mansión. Necesitaba escapar de esas paredes que estaban tan calladas que amenazaban con volverme un puto loco. Tenía que despejar mi mente para mañana. Pedí que nadie me escoltara. No quería saber nada por unas horas, quise ser solo un hombre ordinario más en la ciudad, pero...

El sonido del respirador. Su risa.

Pisé el acelerador y por el retrovisor la mansión comenzó a verse más pequeña. Más. El motor rugía, la noche se abría en el horizonte para acompañar ese dolor en el pecho y esa pesadez en la cabeza. Más. La botella de whiskey se iba terminando demasiado rápido como si fuera una botella de agua. Más. Más.

Ella está a salvo.

Mis nudillos estaban blancos por la fuerza que ejercí al tomar el volante mientras bebía. El aire pegaba en mi cara y la muerte parecía tan ajena a mi rutina.

Los Pagano [EDITANDO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora