Tres y un sí.

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Capítulo 62.

Ciara.

Abrí los ojos cuando las náuseas me llenaron de saliva la boca y de inmediato sentí las manos de Antonnio sosteniéndome el cabello cuando se paró del sillón. Pude sentir su cercanía y ver sus zapatos lustrados y caros cuando giré mi cabeza para vomitar en el bote que ya estaba limpio, pues la noche anterior lo había dejado casi lleno gracias a que mi cuerpo estaba expulsando toda la anestesia que había recibido por días.

—Tranquila —la voz parsimoniosa de aquel hombre atento y amoroso amortiguó un poco el dolor que tenía en el hombro y en todo el cuerpo, el dolor que me atravesaba el corazón y resquebrajaba mi alma—, tranquila, mi amor.

Una de sus manos acariciaba mi espalda en círculos lentos y la otra había envuelto en un puño mi cabello. Con delicadeza para no lastimarme, pero lo suficientemente fuerte para no dejar caer ningún mechón.

—Tienes que comer algo —habló con total seriedad—, no has ingerido alimento desde ayer por la mañana, Ciara. Has vomitado más de siete veces, no voy a permitir que sigas así. No...

—No tengo hambre —alcé mi cara para verlo y la mano que acariciaba mi espalda, acunó mí mejilla, mi garganta quemaba por el líquido con olor desagradable en conjunto con bilis.

—Tienes...

Tocaron la puerta con cierta desesperación y alguien entró después del tercer golpe.

—El señor Carlo... —el nombre que salió de la boca de la enfermera apresurada enfrío mi sangre, pero la mirada que Antonnio emitió, la congeló—, amenazó a dos enfermeros en menos de cinco minutos y no deja de forcejear con ellos, él está... —su mirada se aferró a la mano que Antonnio tenía sobre en mi mejilla —, él pregunta por Ciara, su novia.

Un golpe fuerte, al unísono con un "suéltenme o los mato", se escuchó por fuera de la habitación.

Solo pude ver como una charola con instrumentos médicos había chocado con el mostrador que había enfrente a su puerta cuando la enfermera dejó la mía abierta de par en par.

Algunas enfermeras pasaban por fuera de la habitación, dejándome ver la prisa con la que iban en dirección al cuarto donde Carlo estaba.

Carlo.

—¿Hace cuánto tiempo despertó? —inquirió Antonnio.

—Quince minutos, pero no había reaccionado hasta hace unos minutos que se orientó.

Sin dudar, quité la sábana que cubría mi cuerpo cansado y bajé de la camilla con la ayuda de Antonnio. Me puse la bata de seda que El Diamante de Sangre había traído y unas pantuflas negras a juego.

Mi novio había cambiado las sábanas y la colcha del hospital por unas parecidas a la de nuestra cama, todo era nuevo e importado, suave y cálido.

Las almohadas también, todo para que estuviera cómoda.

Accedí a que cambiara todo, a cambio de que se dejara revisar por el doctor esos dolores de cabeza que todavía no lo dejaban en paz.

—Tal vez debería ir —le dijo la enfermera a Antonnio—, yo ayudaré a la señorita para que pueda verlo.

Desde que le alcé la voz para que dejara de molestar con sus estúpidas reglas de salud, accedía a todo lo que pedía, aunque estuviera en contra de sus labores. A final de cuentas, para eso le estaban pagando.

Antonnio me besó ambas mejillas y después abotonó su saco. Los ruidos de las peleas seguían escuchándose a lo lejos.

—Dónde está el desastre, está mi hermano —dijo en tono un tanto despreocupado y feliz al haberse enterado que su otra mitad había despertado —, y no quisiera que fuera de otra manera. Joder, no quisiera que el desastre acabe nunca.

Los Pagano [EDITANDO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora